Enrique Quique Mansilla volvió a estar en el centro de la escena gracias a la docuserie de Netflix sobre Ayrton Senna, el legendario tricampeón mundial de Fórmula 1. El argentino, que en febrero cumplirá 67 años, fue uno de los grandes adversarios del brasileño en los tiempos en que buscaba llegar a la máxima categoría del automovilismo mundial. Su relación estuvo marcada por una competencia intensa en la Fórmula Ford 1600 británica. Allí fueron compañeros de equipo y, tal como sucedió años después con el francés Alain Prost, construyeron una rivalidad que los llevó a protagonizar una feroz pelea. “Estuvimos cuatro meses sin mirarnos. Pero después nos arreglamos y seguimos como amigos”, recuerda Mansilla en una extensa charla con Clarín desde una de las torres del Autodrómo Oscar y Juan Gálvez de Buenos Aires.
Justamente allí, en el mítico circuito porteño, fue donde empezó la pintoresca y hasta ahora olvidada historia de Mansilla en el deporte motor. Asomó en la Escuela de Pilotos de Jorge Omar Del Río y rápidamente se le abrió una oportunidad que no dejó pasar. “Ese año gané un certamen que me llevó a la Escuela de Jim Russell en Inglaterra”, recuerda. Fue así cómo, con escasa experiencia en competencias locales, llegó en 1980 al competitivo automovilismo británico.
A diferencia de otros pilotos de su época, Mansilla no tuvo una trayectoria previa en karting. “No podía costearlo, pero aprendí rápido y era muy estratégico al volante”, explica. Esa capacidad lo llevó a destacarse rápidamente y convertirse en la temporada 1981 en piloto oficial del equipo Van Diemen en la Fórmula Ford británica. Al poco tiempo Senna, con todo su talento y sus bríos, se unió al equipo.
“Inicialmente, el equipo estaba conformado por el mexicano Alfonso Toledano y yo. Chico Serra, un ex piloto de Fórmula 1, le presentó a Senna al propietario, Ralph Firman. Y él nos dijo: ‘Chicos, ¿les parece bien que pongamos un auto más?’. Alfonso y yo aceptamos. Así comenzó nuestra historia”, rememora. Y fue así como los dos compañeros se convirtieron en feroces contrincantes.
Uno de los episodios más recordados ocurrió durante una carrera en Mallory Park que fue recreada en la serie. Tras una disputa en pista, Senna acusó a Mansilla de sacarlo intencionalmente de la pista. “Yo gané esa carrera y él se enojó. Volvía del podio y Keith Sutton, que nos sacaba fotos, venía conmigo. Ahí aparece Ayrton, que me agarra del cogote. Yo me lo saco de encima y comenzamos con toda esta historia del argentino malo y del brasileño loco”.
El incidente fue capturado por Sutton, quien inmortalizó la escena en una fotografía que luego salió publicada en la revista especializada Autosport. “Keith me dijo que la foto salió publicada casi de inmediato, pero en ese momento éramos dos pibes que corríamos. Nadie prestó mucha atención porque casi nadie sabía quién era Mansilla y quién era Ayrton Senna”, comenta el piloto argentino. Más tarde, con la fama del brasileño in crescendo, esa imagen se convertiría en un símbolo de su competitividad.
Mansilla aclara que la dramatización incluye algunas licencias artísticas. “Colaboré explicándole al actor y a la producción cómo fue la pelea. No pasó exactamente como lo muestran, pero eso es irrelevante. Lo que queda es que las cosas pasaron: Ayrton se enojó pensando que yo lo había sacado intencionalmente, pero no fue así. Fue un toque de carrera”, remarca.
Y para confirmar sus dichos, Mansilla toma su celular y llama a Sutton, testigo presencial de aquel incidente, quien sin querer queriendo jugó un papel clave en la producción de la serie. “Vi la foto por todo el mundo. Nadie me contactó de Netflix, pero creo que lo que pasó con la serie fue que, cuando estaban escribiendo el guion, no tenían ningún video de la Fórmula Ford. Me parece que usaron muchas de mis fotos para recrear la historia”, cuenta el fotógrafo, cuya voz, en inglés, sale del altavoz.
Mansilla aprovecha para elogiar los reflejos del reportero para captar ese momento icónico: “Fuiste muy rápido, porque fueron solo segundos”. Y Sutton, que no olvida ese instante, le responde para terminar de armar el rompecabezas. «Tomé una foto para ti, cuando ganaste la carrera, y luego te seguí de vuelta al paddock y estuve allí en el lugar exacto. Parece que fue ayer y pasaron 44 malditos años”.
El final feliz de la rivalidad entre Senna y Mansilla
Las tensiones entre Mansilla y Senna no se limitaron a Mallory Park. “Estuvimos cuatro meses sin mirarnos”, insiste. La situación llevó a Firman, el patrón del equipo, a intervenir. “Un día nos sentó en un bar y nos dijo: ‘Muchachos, o se arreglan o los echo ya mismo a los dos’”. Esa charla marcó el final de la rivalidad. “Seguimos como amigos. No había más peleas ni discusiones. Cada uno hizo su vida”, recuerda Mansilla y aclara que el abrazo final que se dan en la serie nunca existió. «Es una buena referencia para mostrar que las cosas terminaron bien entre los dos», señala.
Ya limadas las diferencias, el argentino empezó a conocer mejor a Senna y pudo comprender que el brasileño no sólo era un piloto con grandes capacidades técnicas, sino también un experto a la hora de lograr la puesta a punto ideal de los autos. “Yo no tenía mucha experiencia. La información que le daba al ingeniero era que el auto se iba de trompa. Pero Ayrton, con todo su recorrido en karting, decía: ‘No, el auto se va de cola. Vos lo inducís a irse de trompa porque no entra en la curva y le das más volante’. Probaron y tenía razón… De ahí a más fue él quien lideró la parte ingeniería”.
Para Mansilla es un honor haber tenido un rol protagónico en la serie: “Pensá que eligieron a (Alain) Prost y a Mansilla para la serie, teniendo un montón de otros pilotos para elegir. Es un orgullo haber sido parte de su historia”.
La Guerra de Malvinas, un punto de inflexión para Mansilla
Luego de aquella rivalidad con Senna, la vida de Mansilla tuvo un giro en 1982. En pleno crecimiento de su carrera en Inglaterra, estalló la Guerra de Malvinas. “Todo lo que había hecho bien quedó punto muerto”, se lamenta. Es que el conflicto en el Atlántico Sur no solo afectó su capacidad para conseguir financiamiento, sino que también lo aisló en un país que, aunque lo trató con amabilidad, estaba enfrentado con su patria.
“Durante la guerra, la gente común en Inglaterra fue muy amable conmigo. Nunca me hicieron sentir mal por ser argentino. Solo una vez, un borracho dijo pavadas cuando fuimos al podio”, relata. Sin embargo, los daños colaterales fueron insuperables: “Los pagos no llegaban directo a Inglaterra. Tenía que ir a París a buscarlos, y me daban cheques de valores pequeños. Pasaba horas firmando papeles en el banco para poder transferir el dinero y pagar las cuentas del equipo”.
La oportunidad de probar un McLaren de Fórmula 1
A pesar de las dificultades, Mansilla seguía destacándose en el automovilismo británico. Al final de 1982, tuvo la oportunidad de probar un auto de Fórmula 1, una experiencia que pudo haber cambiado su vida. “Me gané el derecho a probar un McLaren. De esas pruebas nació el interés de que me quedara trabajando con ellos”, revela.
Sin embargo, el sueño de competir en la máxima categoría se desmoronó por la falta de apoyo económico. “En ese momento, Teddy Mayer, dueño de McLaren, envió a un representante a hablar con autoridades argentinas para buscar financiamiento. Nos pasamos un mes hablando con diferentes personas, pero no conseguimos nada”, se lamenta y sintetiza: “Estuve a 670.000 dólares de correr en Fórmula 1”.
El paso por Estados Unidos y las carreras en la Can-Am
Ante la falta de oportunidades en Europa, Mansilla emigró a Estados Unidos en busca de nuevos horizontes. Allí compitió en la serie Can-Am, una categoría de prototipos deportivos. Aunque encontró cierta estabilidad, las dificultades económicas seguían siendo un obstáculo. “Corrí tres o cuatro carreras en Can-Am”, precisa.
Luego, tuvo la oportunidad de competir en la IndyCar, la máxima categoría de monoplazas en Estados Unidos. “Probé un IndyCar y fui el más rápido en los entrenamientos, pero otra necesitaban dinero para asegurar mi lugar. Sin presupuesto, me quedé como reserva y solo pude correr algunas carreras”, añadió.
Su viaje a África: minería y guerra civil
Tras su paso por el automovilismo en Europa y Estados Unidos, Mansilla buscó nuevos horizontes y se metió de lleno en el mundo de los negocios. En California, se dedicó a la compra y venta de autos, un proyecto que le permitió ganar estabilidad económica. Sin embargo, la aventura llamó a su puerta. Se fue a trabajar en la minería de oro y diamantes en Liberia, un país que por aquellos años vivía en continua guerra civil.
“Cuando llegué, todo parecía tranquilo, pero la situación se deterioró rápidamente. Las tensiones políticas escalaron y comenzaron los problemas,” recalca. Durante este período, enfrentó bombardeos, secuestros y constantes amenazas a su vida. “Un avión nos bombardeó mientras cruzaba por combustible. Perdí el camión y corrí a la selva. Caminé tres días para volver a la base. Me quisieron matar diez veces”, confiesa.
En medio del caos, Mansilla se convirtió en héroe cuando ayudó a una joven a escapar de Liberia. “La esposa de un amigo, que había sido asesinado, me pidió que sacara a su hija del país. La llevé a Costa de Marfil, y después, viendo que no había otra opción, la traje a Argentina”, revela. La joven encontró un nuevo hogar en Mendoza, donde reconstruyó su vida.
A pesar de los peligros, Quique decidió quedarse un tiempo más para cumplir con sus compromisos laborales. Sin embargo, el 14 febrero de 1993, el día de su cumpleaños 35, tras meses de tensión y el riesgo constante de vida, tomó la decisión de regresar a Argentina. “Me di cuenta de que, me iban a matar”, reflexiona sobre su experiencia extrema en un país que vivía convulsionado.
Colapinto y el futuro del automovilismo argentino
Mansilla, que hoy es propietario de un taller mecánico que funciona en Lanús y administra su hermana y también es asesor en AUSA, elige poner paños fríos ante la posibilidad de que la Fórmula 1 vuelva a tener una fecha en Argentina: “Hay que ir por pasos. Ahora se desató una furia. Yo, personalmente, deseo que esto suceda pero hay que ser cautos. Habría que esperar a ver qué pasa con Colapinto y de ahí en más planificar”.
En este sentido, se muestra maravillado por la aparición de Franco Colapinto. “Es como un diamante que hay que trabajar, cortar y dejar bonito. Después, vale un montón. Ya se ganó un lugar, ahora falta que se acomoden las cosas para que consiga una plaza fija y permanente. Tiene todo el talento para ser grande”, describe.
Mansilla, que conoce como pocos las dificultades de progresar en el automovilismo sin recursos económicos significativos, celebra el apoyo que el piloto pilarense recibió de empresas argentinas. “Esto nunca había pasado antes. Siempre fue el Estado el que apoyó a nuestros pilotos. Ahora las empresas privadas están invirtiendo, y eso es maravilloso”, afirma.
Y, como sueño personal, Quique no oculta su deseo de ver a Colapinto compitiendo junto a otros talentos argentinos como Nicolás Varrone, lo que sería una celebración del automovilismo nacional. “A Nico lo quiero mucho porque todos empezaron corriendo juntos con mi hijo Dorian. Sería un sueño verlos a ambos en Fórmula 1 en el futuro”.