¿Llegó el final del atlantismo, la doctrina que unió al imperio norteamericano con el bloque europeo desde aún antes del final de la Segunda Guerra? Es lo que estas horas dramáticas están indicando. La agresión del vicepresidente norteamericano, J.D. Vance, que en la Conferencia de Defensa de Múnich puso en duda el nivel democrático del bloque porque evita los extremismos, consistió en la arquitectura dentro de la cual Donald Trump busca encajar un mundo en el cual debe regir la guía norteamericana en términos absolutos.
La crisis de la guerra Ucraniana es el ejercicio de esa teoría. El magnate, después de su dialogo de 90 minutos con el autócrata ruso Vladimir Putin, exige que Europa no participe en las negociaciones para cesar el conflicto, y gravemente, tampoco el país agredido. Hay una reunión en progreso en Arabia Saudita en la que el canciller norteamericano, Marco Rubio, se encontrará con el funcionariado ruso, en la cual no se espera a Kiev, más allá de que el presidente Volodimir Zelenski ha demandado que cualquier contacto debe producirse después de un acuerdo entre Europa, EE.UU. y su país, para una posición común.
Este extraordinario desvío político que impulsa el nuevo gobierno republicano, genera algo más que desconcierto en la Unión Europea. Combina el desdén del aliado norteamericano con la percepción de un manejo carente de un alto nivel estratégico. El desconocimiento real de lo que significa a nivel sistémico la guerra de Ucrania.
El mensaje de Vance, antes el del jefe del Pentágono, Pete Hegseth, en Bruselas, también con carácter disciplinador, produjo una reacción unánime de la dirigencia europea, posiblemente no prevista por los norteamericanos, señalando el riesgo de que Trump esté jugando un rol semejante al del ex canciller británico Neville Chamberlain antes de la Segunda Guerra.
Ese funcionario pasó a la historia al exhibir en Londres un papelito con la firma de Adolf Hitler tras una reunión en Munich, del supuesto compromiso de que el Führer se conformaría con los Sudetes de la antigua Checoslovaquia y cesaría cualquier agresión sobre Europa. Poco después, Hitler tomaba Polonia.
El guiño de Trump a Putin
Hace apenas días y el sentido de esos temores, Trump comentó a los periodistas por qué no algún día Ucrania podría ser parte de Rusia. La charla con Putin antes que con Zelenski le concedió ya al líder del Kremlin la jerarquía de jugar en el nivel de EE.UU., también sin detenerse en lo que opine Kiev o Bruselas. Trump parece no comprender que se concede después, no antes de negociar.
Ese peligro es el eje esencial de la cita de este lunes de la dirigencia europea, que debe asumir que no tiene ya de su lado a Estados Unidos. No solo respecto a este conflicto, sino al riesgo de que juegue incluso un rol que haga más vulnerable el escenario. Son insistentes los comentarios sobre contradicciones y confusión que reciben los dirigentes europeos desde el otro lado del océano.
Los europeos quieren una conclusión de la guerra que impida que Rusia genere lo que siempre ha buscado, que es resucitar una esfera de influencia sobre los países del antiguo Pacto de Varsovia, es decir todo su vecindario incluyendo especialmente a las naciones eslavas. Putin lanzó la guerra con el propósito de coronar ese dominio para recuperar influencia.
Rusia después de la caída de la URSS se convirtió en una economía mediana y es la economía la que brinda poder político. Nunca estuvo sobre la mesa antes de la guerra que Ucrania ingrese a la OTAN, más allá de los pésimos manejos de Occidente sobre los escombros del imperio soviético, a partir de la Carta de París de 1990. Tampoco esa membresía está ahora entre las alternativas.
La UE pretende sí que Kiev ingrese al bloque, alternativa que Moscú ha cuestionado con mucho menor furor. Al mismo tiempo, cualquier acuerdo no incluirá el regreso de Crimea al mapa ucraniano como admitieron a este cronista en Kiev diplomáticos ucranianos.
Pero la discusión central son los territorios que tomó Rusia en esta guerra que pretende retener y los que no tomó, más allá de Zaporiyia, que también demanda. Para los europeos, si se acepta ese desenlace, como Hitler con los Sudetes, será solo un prólogo de la consumación de una guerra mayor y la consolidación de la alianza de Rusia con China, que serían los grandes ganadores de esta pesadilla. Pero Trump, seguramente, tendría su papelito con la firma de Putin.