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Quién es Diego Armando Díaz, el crack perdido que entrenaba en canchas de tierra con botellas de fernet y debutó en Unión a los 23 años

El fútbol transita su época menos disociada de la tecnología. Entrenamientos con drones, futbolistas seguidos milimétricamente por sistemas GPS, chips en las pelotas que triangulan información con antenas dispuestas en los vértices del campo de juego para que el reloj del árbitro de un alerta si la pelota cruzó la línea. Hasta los refuerzos responden a las métricas que cada jugador le entrega al dispositivo que lleva puesto en un sujetador de lycra.

La anécdota del entrenamiento de reflejos con chapitas de gaseosas y corchos que Ubaldo Matildo Fillol le reveló a Clarín, daba cuenta del último rastro analógico en la preparación de un futbolista, hasta que se conoció la de Diego Armando Díaz. El delantero que se preparó para llegar a Unión entrenando en las postas públicas de una plaza o en una canchita de tierra con botellas de Fernet por que no tenía conos. Se trata del jugador que, a los 23 años debutó en Unión de Santa Fe con la camiseta 29 en la espalda, y a los cinco minutos estrelló un remate en el travesaño.

¿Cómo llegó a Primera División un futbolista sin recorrido en inferiores de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA)? La respuesta se nutre de varios aspectos, pero uno es obvio: los goles despertaron el interés del Tatengue. Fueron 47 en 43 partidos de la Liga Ceresina, un regional que agrupa equipos de Ceres y alrededores en Santa Fe. Pero esa fue la última parada antes de llegar a ponerse a las órdenes del Kily González en la Liga Profesional de Fútbol (LPF). La historia comienza más al norte, en Los Frentones, Chaco.

Cuando su madre respondió las preguntas del Censo en 2001, estaba a menos de dos meses de parir a su noveno hijo, que llamó Diego por Maradona y Armando, por un tío. Nació el 10 de enero de 2002 un mediodía que el termómetro marcó 50 grados y no fue contabilizado entre los 4.712 habitantes que arrojó la medición nacional para esa población a casi 300 kilómetros de la capital provincial.

La casa era de adobe y la pelota el entretenimiento predilecto. Pero también desde muy pequeño había obligaciones: trabajaba en la carbonería con sus hermanos para arrimar algo de dinero a la economía familiar. Nunca hizo inferiores en ningún club, pero desde los 18 años jugó en la Primera de diversos equipos regionales y sin que lo supiera, se hablaba de él desde lugares remotos. Para Díaz, por entonces, cualquier lugar era impensado ya que nunca había salido de Los Frentones.

Las primeras camisetas fueron las del club Vía y Obras y 9 de Julio. El horizonte lo recortaba la amplitud de la Liga Saenzpeñense. “Empecé jugando en el barrio, después pasé a un club de liga, y cuando me dejaron de poner, pasé a otro equipo”, resumía a los 20 años cuando le escucharon la voz por primera vez en Santa Fe. Había llegado a esa provincia porque lo fue a buscar a Chaco un entrenador al que le habían dicho que había “un animal” en aquella liga regional.

«Yo era el técnico de Unión Deportiva Rufó, mi pueblo. En el mercado de pase de invierno nosotros podíamos incorporar dos jugadores que tenían que provenir de otras ligas: tenía que ser un pase interliga», recuerda hoy Elvio Acosta, en una entrevista al programa Ahora Vengo que se emite por radio AIRE de Santa Fe. El preámbulo revela una trama alejada de un trámite sencillo.

Consultó a sus contactos de Chaco y le dieron dos nombres. El primero aceptó el convite por teléfono, el otro no estaba seguro de dejar su terruño. Ya había pasado los 20, pero nunca se había alejado tanto de Los Frentones. Acosta se subió un micro y lo fue a ver: se jugaba la final de la liga Saenzpeñense y el tal Diego Armando Díaz era titular.

«Vi la técnica de un gran jugador y la fuerza de otro, era una mezcla entre el Bichi Borghi y el Búfalo Funes en la misma persona. Entonces le dije que lo llevaba si él quería venir. No estaba muy convencido. Su señora, su esposa, fue la que más lo impulsó a venir a Rufó», explica Acosta.

Díaz cambió de provincia y seguía confirmando a nivel regional que la rompía. Pegó el saltito a Sportivo Las Parejas, que lo cedió a Club Central Argentino Olímpico. Ahí lo tentaron de un club de Bolivia, pero Díaz dijo que no. Nunca salió del país. “No sabía si me iba a adaptar”, se excusó.

De allí a Susanense, donde hizo 47 goles en 43 partidos: 10 en la Copa Federación, 7 en la Copa Santa Fe, 12 en el Torneo Apertura y 18 en el Clausura, en el que fue la gran figura del campeonato que ganó su equipo para cortar una sequía de 26 años sin vueltas.

Ahí aparece en la historia Unión de Santa Fe, que preguntó en Sportivo Las Parejas por un préstamo. Rápido, en el club acordaron uno con cargo y la opción de compra. Pero en el Tatengue lo querían ver primero y acordaron una prueba en tres días. Cuando Díaz lo supo, comenzó una carrera contrarreloj para ponerse a punto: en el regional, el trabajo físico no está en las prioridades de las rutinas. Se juega principalmente y se corre hasta que uno está cansado.

«Estaba en una liga donde el entrenamiento no era tan importante”, explica. Por eso no dudo en plantar botellas de fernet sobre la tierra como si fueran conos y, solo sin preparador físico, completó una serie de rutinas para llegar lo mejor posible a la prueba de su vida. Y quedó.

“Ahora en Unión se me hace más difícil, pero de a poco me voy adaptando. Venimos trabajando en los entrenamientos, tengo la cabeza en el arco y tengo que rematar», dijo poco después de su debut, en el que dio una muestra de todo lo que puede dar con un remate que se estrelló en el travesaño, a apenas cinco minutos de haber pisado la máxima categoría del fútbol argentino.

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