El director de cine francés Savin Yeatman-Eiffel, de 54 años, reconoce en diálogo con LA NACION que indudablemente el concurso de proyectos para elegir la torre que se realizaría en 1889 en ocasión de la Exposición Universal de París fue arreglado para que el ganador fuera su famoso tatarabuelo, Gustave Eiffel (1832-1923). Pero su documental La Guerre des Tours (”La guerra de las torres”) recoge el trasfondo de la batalla que tuvo lugar en aquellos años entre quienes deseaban continuar la historia varias veces milenaria de embellecer ciudades con torres y monumentos de piedra, y su tatarabuelo ingeniero, fascinado con la idea de construir en el centro de la capital francesa una gigantesca “Dama de hierro”.
El norteamericano Barry Bergdoll, historiador de la Arquitectura de la Universidad de Columbia, señaló en el documental que la controversia no era porque la torre en sí fuera de metal. “El hierro ya se usaba muchísimo en los edificios de aquella época”, explicó Bergdoll. “Pero lo polémico en este caso fue que la torre era solo puro metal, y el hierro constituía el eje de su estética”.
Los arquitectos de aquel momento lo consideraban un material noble pero en un sentido práctico. Aunque servía como parte de la estructura para el interior de iglesias, galerías o estaciones de trenes, no veían la necesidad de exhibirlo. “Para algunos, la torre de mi tatarabuelo era un proyecto sin acabar, apenas un andamio”, graficó Yeatman-Eiffel.
La “guerra de las torres” para elegir lo que finalmente se convirtió en el ícono más identificatorio de la capital francesa, comenzó en noviembre de 1884 con el decreto del gobierno nacional que convocó a una Exposición Universal en París en 1889 para celebrar el centenario de la Revolución Francesa y sus ideales de “libertad, igualdad y fraternidad”.
Desde la primera exposición universal en 1851 en Londres, los gobiernos habían descubierto esas muestras que duraban varios meses como una “vidriera al mundo” para exhibir sus progresos. Así el Reino Unido construyó en su momento en Hyde Park un enorme Palacio de Cristal -luego mudado a los suburbios y finalmente destruido en un incendio en 1936- de 563 metros por 138 metros y 41 metros de alto, donde los visitantes podían ver desde el funcionamiento de la moderna maquinaria industrial británica y las riquezas de sus colonias, hasta un moderno telégrafo eléctrico y microscopios.
¿Qué edificaciones debería mostrar entonces París a los millones de visitantes que recibiría la exposición entre mayo y octubre de 1889?
A lo largo del siglo XIX, tras la Revolución Industrial, los ingenieros de todo el mundo se habían lanzado a la carrera de levantar monumentos y torres cada vez más altos. En 1884, ese trono pasó a ocuparlo el Obelisco de Washington, en Estados Unidos, con 169 metros de alto. Y Francia se sintió en la obligación de superarlo. Así nació la idea de una torre de 300 metros.
“El concurso público que se abrió para la Exposición Universal tenía como objetivo presentar proyectos para el desarrollo general de las construcciones que se ubicarían en el Campo de Marte. Pero la torre en sí era solo una posibilidad opcional”, explicó Yeatman-Eiffel.
Fue así que se formaron dos lobbies muy definidos, el de ingenieros como Eiffel que defendían la construcción de una torre de hierro, y el de los arquitectos y artistas que proponían una construcción de piedra embellecida con estatuas y detalles artísticos, más acorde con el resto de los edificios de la ciudad.
El principal contrincante de Eiffel fue entonces el arquitecto Jules Bourdais (1835-1915), que ya había construido el ahora desaparecido Palacio del Trocadero para la Exposición Universal de París de 1878.
La capital francesa se vería hoy totalmente diferente si hubiera triunfado como proyecto para la exposición de 1889 su propuesta de Torre de Sol, o Faro Monumental, que combinaba belleza y novedades técnicas.
Como hacía muy pocos años que el norteamericano Thomas Alva Edison había inventado la luz eléctrica (en 1879), Bourdais propuso incluir esa innovación en una torre, que primero proyectó de 300 metros de altura y luego de 370 metros (para superar la propuesta de Eiffel). “La torre estará coronada por un foco eléctrico para la iluminación de París”, afirmaba el arquitecto. Su Faro Monumental alumbraría “fácilmente el bosque de Boulogne, todo Neuilly y Levallois, hasta el Sena”, en un radio de más de cinco kilómetros. Bourdais también preveía la ubicación de estratégicos postes en las calles parisinas para reflejar esa luz hacia el interior de las viviendas.
París, que había recibido el apelativo de “Ciudad luz” (Ville Lumière) a principios del siglo XIX cuando fue la primera ciudad europea en utilizar lámparas de gas en el alumbrado público, se preparaba así para contar con una iluminación mucho más brillante con energía eléctrica.
El Faro Monumental de Bourdais comenzaba con una enorme base que superaba en altura las torres de Notre Dame. Allí funcionaría una exhibición sobre las innovaciones que ofrecía la electricidad. Luego, se sucederían una serie de galerías superpuestas y pequeñas columnas en fundición. La cumbre estaba coronada por un cinturón de estrellas y luego la estatua alada del genio de la Ciencia.
“Aunque Bourdais contó con el lobby de una parte de la clase política y de los arquitectos, que hicieron varias publicaciones a su favor en los diarios de la época, su columna monumental, realizada enteramente en granito, planteó verdaderos interrogantes en términos de viabilidad por su peso y sus costos”, explicó Yeatman-Eiffel.
Pero el debate nacional y la protesta de los expertos llegó a tal grado que el gobierno francés, aunque estaba decididamente a favor de la torre de Gustave Eiffel, se vio en la obligación de salvar las apariencias llamando a un concurso público de proyectos.
De todas maneras, el famoso ingeniero ya había logrado convencer al entonces ministro de Economía y Comercio, Edouard Lockroy, a cargo de las obras de la exposición, de que su propuesta era la única que podía ser terminada en tiempo y forma. Así que el pliego fue amañado para que el ganador fuera él.
“El reglamento final del concurso armado en 1886 instó a los concursantes a incluir en su proyecto una ‘torre de metal de 300 metros de altura y 125 metros de lado’. Exactamente las dimensiones que ya se sabía que tenía la propuesta de Eiffel”, recordó Yeatman-Eiffel.
Así, Bourdais quedó fuera de juego y los otros proyectos que se presentaron recibieron un sinfín de objeciones técnicas.
“Hay que recordar que nadie en el mundo se había atrevido nunca a construir algo tan alto, que casi duplicaba en altura al Obelisco de Washington. El riesgo de fracaso era importante, sobre todo porque luego de tanto debate los plazos ya eran muy cortos, menos de 3 años antes de la inauguración de la exposición”, agregó el descendiente del ingeniero.
Los 107 proyectos recibidos fueron estudiados por una comisión compuesta por arquitectos e ingenieros. Los cuarenta preseleccionados se presentaron al público en el Ayuntamiento de París los días 22, 23 y 24 de mayo de 1886, provocando vivas polémicas en la prensa.
Como los proyectos abarcaban todos los edificios de la Exposición Universal, la paradoja fue que ni siquiera a través de ese concurso arreglado el ganador fue Eiffel.
El primer puesto lo obtuvo Jean-Camille Formigé, cuyo proyecto no incluía la opción de la torre; en segundo lugar, Ferdinand Dutert, y solo el tercero fue Gustave Eiffel y su socio Steven Sauvestre. Pero las autoridades le otorgaron finalmente a la dupla Eiffel-Sauvestre la construcción de la torre al considerar que sólo su propuesta era técnicamente viable. Formigé y Dutert se encargaron en tanto de otros edificios principales de la exhibición.
“Bourdais no solo perdió su duelo contra Eiffel respecto de la torre. Su Palacio del Trocadero, que fue el centro de atención de la Exposición Universal de 1878, cayó en desuso poco a poco y finalmente fue demolido en 1935 para dar paso a nuevas construcciones y despejar el terreno para que precisamente se pudiera contemplar mejor la Torre Eiffel, mientras la fama y el amor de los franceses por la torre siguió creciendo hasta el día de hoy”, dijo Yeatman-Eiffel.
En principio el contrato establecía que la Torre Eiffel debía ser desarmada luego de 20 años. Pero con 7,1 millones de visitantes cada año, además de haberse convertido en el principal ícono de París, es hoy el monumento turístico más visitado del mundo.