«Hay que decir la verdad, como dura que sea: esto está mal», dice la cubana Linorka Montenegro, al salir de una bodega distribuidora de alimentos subsidiados en una bulliciosa calle de la Habana Vieja.
La profunda crisis que enfrenta la isla comunista asfixia la capacidad del gobierno para abastecer los alimentos subvencionados que la población recibe desde hace seis décadas. Ahora el pan es más pequeño, el arroz llega a cuentagotas, y productos como el aceite o el café brillan por su ausencia.
La semana pasada, un barco esperaba sin poder bajar su valiosa carga de trigo en el puerto de La Habana por falta de «financiamiento» para saldar la mercancía, reveló a la televisión estatal el ministerio de Industria Alimentaria.
La isla necesita 3.000 toneladas mensuales de trigo para mantener la producción del pan racionado, pero en julio y agosto solo pudo adquirir 1.000 toneladas y en septiembre contaba con 600, según la dependencia.
Como resultado, esta cartera anunció que reduciría de manera temporal el tamaño del pan subsidiado de 80 a 60 gramos.
«Siete panes»
Rosalía Terrero, una mujer de 57 años que trabaja en una de estas bodegas lo vive en carne propia: «A mí me tocan siete panes» al día, uno por cada integrante de la familia. «Mis nietos prácticamente se los comen todos», comenta resignada al salir de un expendio en Centro Habana.
Lamenta que las personas de la tercera edad sean las que más lo sufren con pensiones muy bajas «porque les dan uno solo, es muy chiquito, no les llena» el estómago, señala.
La situación no mejora para otros productos esenciales. Barcos llenos de arroz y sal también se encontraban a principios de septiembre detenidos en los puertos de La Habana y Santiago de Cuba (este), esperando el pago.
La ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz, advirtió entonces que este mes no habría, «como no hubo en agosto, aceite ni café».
Mientras, Linorka Montenegro, de 55 años, con cuatro hijos y cinco nietos, acude a recoger lo poco que ha llegado. Recibió cinco libras de arroz y dos de azúcar, solo una parte de la ración mensual que le toca a través de la libreta de abastecimiento, con la que cada cubano accede a una canasta reducida de productos subsidiados.
«El frío (refrigerador) mío está vacío, no hay nada», confiesa tras hacer la fila.
Cuba atraviesa su peor crisis desde la década de 1990, marcada por la escasez además de medicamentos y combustibles, junto con apagones constantes. Todo esto, en medio de una inflación disparada, depreciación de la moneda, una fuerte caída de la producción agrícola y mayor desigualdad social.
La población ahora está obligada a pagar precios mucho más altos para obtener estos alimentos en tiendas privadas, autorizadas apenas hace tres años, o en establecimientos estatales que solo aceptan moneda extranjera, mientras el salario promedio es de 5.000 pesos, equivalentes a unos 42 dólares.
El canciller Bruno Rodríguez atribuyó esta situación en gran medida al embargo estadounidense vigente desde 1962 y lo contabilizó en pérdidas en un año por más de 5.000 millones de dólares para su país.
«El bloqueo se evidencia como nunca antes en carencias que enfrenta la población», dijo la semana pasada Rodríguez, admitiendo también las dificultades del gobierno.
«Es verdad que los últimos meses no hemos cumplido puntualmente la distribución» de alimentos, dijo el jefe de la diplomacia, que ubicó el costo anual de esta comida subsidiada en aproximadamente 1.600 millones de dólares, «equivalente a cuatro meses de bloqueo», señaló.
Emilio Cedeño, un zapatero jubilado de 88 años, es otro de los que sufre la crisis. «Los americanos no dejan entrar nada aquí (…) y nosotros somos los que pagamos las consecuencias», se queja tras conseguir su pan diario y de su familia.
Washington permite desde 2000 la exportación de alimentos a la isla, pero Cuba debe pagar por adelantado y al contando, condiciones que cumple con dificultad.
Esta depresión se desató con el endurecimiento del embargo durante la administración del Donald Trump (2017-2021), una política que su sucesor Joe Biden mantuvo en gran parte, pero también es resultado de las debilidades estructurales de la economía planificada de la isla.
El canciller reconoce equivocaciones del gobierno, pero considera que «esos errores son involuntarios» y «duelen», mientras el embargo de Washington «es deliberado» y «un plan» que provoca «dolor y daño humanitario», señala.
Ante estas penurias «el cubano se mantiene bravo desde que se levanta hasta que se acuesta» porque hay quienes se van a la cama «sin comer nada, con agua con azúcar si la tienen«, sostiene Rosalía Terrero, antes de volver a la bodega casi vacía donde trabaja.