Luis Lobo Medina, árbitro de profesión, nació hace 40 años en Banda del Río Salí, conocida como la capital nacional del azúcar, en Tucumán. Tiene una dilatada trayectoria en el Ascenso. Desde hace tres temporadas, sin haberse saltado etapas y después de haber transitado por todas las categorías, forma parte del elenco estable de jueces de Primera División. Desde este 2025 es, además, internacional.
Esta historia, sin embargo, está lejos de ser dulce. Porque Lobo Medina, hijo de un héroe de la Guerra de Malvinas, no puede escapar de la sombra que atormenta a muchos árbitros en el fútbol argentino. Cada vez que es designado para un partido, los hinchas de alguno de los dos equipos, a veces de los dos, se toman la cabeza. Imaginan que algo malo va a pasar. No es confiable.
Se insiste: Lobo Medina no es el único de los ‘pitos’ del fútbol argentino al que lo persigue ese preocupante estigma bajo la conducción de Federico Beligoy.
Es un mal de muchos y termina siendo un consuelo de tontos.
De ahí uno de los argumentos que sirve para cuestionar al torneo extra large de 30 equipos que la AFA y sus dirigentes se empeñan, increíblemente, en defender. Es que no sólo no hay tantos buenos jugadores para alimentar los numerosos planteles -se necesitan 900 jugadores-. Tampoco hay tantos buenos árbitros para dirigir, ya sea desde la cancha o desde la cabina del VAR, 15 partidos por fin de semana. Aunque ahora, en realidad, se juega todos los santos días.
Pero ese es otro tema. Hay que volver a Lobo Medina que este sábado hizo cumplir todos los malos presagios que imaginaban los hinchas de Banfield cuando se enteraron que sería el árbitro que controlaría las acciones del partido contra Barracas Central, por la tercera fecha del Grupo B del Torneo Apertura de la Liga Profesional de Fútbol -once palabras para nombrar al campeonato también es una exageración-.
Pregunta necesaria: ¿ayuda Lobo Medina a Barracas Central cada vez que le toca arbitrarlo? Es cierto que es el equipo que más dirigió desde su llegada a Primera División con diez apariciones. Pero también es cierto que en el balance -contando también su experiencia en Primera Nacional- le tocó once veces y el Guapo tiene un balance negativo: apenas dos triunfos, tres empates y cinco derrotas. Ahora bien: si se hila un poco más fino, más allá del resultado y sin hacer un análisis pormenorizado de cada una de sus acciones porque a veces complican más las chiquitas que las grandes, Lobo Medina amonestó mucho más a los rivales que a los jugadores de Barracas (32 contra 16), expulsó por igual (1 contra 1) y le dio dos penales a favor -los dos fueron en el mismo partido- y ninguno a sus adversarios de turno.
Son datos duros que, se insiste, poco tienen que ver con el transcurrir y con la chapa definitiva del partido. Por ejemplo, en la derrota por 1-0 contra San Lorenzo de octubre pasado por la Copa de la Liga Profesional, hubo bronca grande en el Ciclón por un penal grosero que no cobró tras una infracción sobre Iker Muniain y por un pedido de expulsión a Herrera por falta sobre Irala. En ambas ocasiones el juez apeló al «siga, siga» y el VAR, entonces manejado por José Carreras, también. Sus errores u omisiones, al final, no tuvieron incidencia en el marcador.
Algo que sí sucedió el sábado con Banfield, tal como temían los hinchas del Taladro. Lobo Medina, con la colaboración del asistente 2 José Castelli y de Fabricio Llobet desde el VAR con Javier Mihura en el AVAR, hicieron una novedosa interpretación de la regla del offside en el gol de Kevin Jappert que terminó siendo el gol decisivo para el 1-0 a favor del club que maneja la familia de Claudio Chiqui Tapia.
Tras una falta intrascendente, una ‘faltita’, que le valió la amonestación a Brandon Oviedo, llegó el tiro libre ejecutado por Iván Tapia que desató la polémica. No hay imagen que no muestre al ex defensor de Atlético de Rafaela adelantado en el momento en que Dardo Miloc conecta el cabezazo-hombrazo que obligó a la atajada con rebote de Facundo Sanguineti. Ni siquiera el peculiar trazado de líneas, sin una referencia clara del penúltimo jugador de Banfield que, para el cuerpo arbitral, termina habilitando con una parte invisible de su cuerpo al autor del gol.
Ahí no hay interpretación que valga. Tampoco explicación. Algo que tampoco tiene el doble penal que no le cobraron al Taladro, ya en el complemento, cuando Tomás Nasif primero fue empujado por Fernando Tobio y luego enganchado por Nicolás Demartini en una jugada en que Lobo Medina se apuró en dar continuidad sin siquiera tomarse un tiempo para consultar con el VAR.
Fueron dos jugadas obscenas y no hace falta hablar de las famosas chiquititas y la doble vara a la hora de juzgar las acciones de uno y otro equipo. «Esto es un asco», soltó resignado el DT de Banfield, Ariel Broggi, que perdió el invicto con su equipo que venía de ganarle muy bien a Newell’s en un partido que se abrió por un dudoso penal que Sebastián Martínez Beligoy se apresuró en marcar.
Broggi, esta vez, quedó cerca de perder la paciencia como le había pasado días atrás a un exaltado Sebastián Domínguez, entrenador de Vélez, que fue suspendido por decirle «si hablo, te prendo fuego» a otro árbitro, Andrés Merlos, tras el partido contra Platense.
No son los únicos que reaccionaron. También se enfureció días atrás Joaquín Laso, defensor de Tigre, que soltó «está muy sucio todo» después de ser muy mal expulsado por Pablo Dóvalo en la derrota contra Argentinos.
Da la sensación, como amarga moraleja, de que ya se perdió el pudor. No importa el qué dirán. No importa que no haya evidencias para cobrar cualquier cosa. O son muy malos. O son muy… Mejor dejarlo ahí. Y eso es lo que llama más la atención. Todo pasa. Cualquier cosa pasa. Cada vez más seguido. Y no se puede normalizar. Sin olvidar, claro, el fantasma de las apuestas deportivas -ilegales o no- que cada vez toman más preponderancia y le suman un condimento extra e indeseado al escenario de sospechas permanentes en el fútbol de los campeones del mundo.