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A un mes de la caída de Bashar al Assad, sale a la luz la maquinaria de muerte que dirigía en Siria


Esposado y en cuclillas en el suelo, Abdullah Zahra vio salir humo de la carne de su compañero de celda mientras sus torturadores le daban descargas eléctricas.

Luego le llegó el turno a Zahra. Colgaron al universitario de 20 años de las muñecas hasta que los dedos de los pies apenas tocaban el suelo y lo electrocutaron y golpearon durante dos horas. Obligaron a su padre a mirar y se burlaron de él por el tormento de su hijo.

Era 2012, y todo el aparato de seguridad del entonces presidente sirio Bashar al Assad se desplegó para aplastar las protestas que habían surgido contra su gobierno.

Con la caída de Assad hace un mes, la maquinaria de muerte que dirigía está empezando a salir a la luz.

Celdas de confinamiento solitario. Foto: AP

Fue sistemático y bien organizado, y llegó a tener más de 100 centros de detención en los que la tortura, la brutalidad, la violencia sexual y las ejecuciones en masa eran constantes, según activistas, grupos de derechos humanos y expresos. Los agentes de seguridad no perdonaron a nadie, ni siquiera a los propios soldados de Assad. Hombres y mujeres jóvenes fueron detenidos por el mero hecho de vivir en distritos donde se realizaban protestas.

Mientras decenas de miles de personas desaparecían a lo largo de más de una década, un manto de miedo mantenía en silencio a la población siria. La gente rara vez contaba a alguien que un ser querido había desaparecido por temor a que ellos también fueran denunciados a los organismos de seguridad.

Ahora, todo hablan

Ahora, todo el mundo habla. Los insurgentes que barrieron del poder a Assad abrieron centros de detención, liberaron prisioneros y permitieron que el público fuera testigo. Las multitudes se agolparon en busca de respuestas, de los cuerpos de sus seres queridos y de formas de sanar.

The Associated Press visitó siete de estas instalaciones en Damasco y habló con nueve exdetenidos, algunos liberados el 8 de diciembre, el día en que Assad fue derrocado. Algunos detalles de los relatos de quienes hablaron con AP no pudieron confirmarse de forma independiente, pero coincidían con informes anteriores de exdetenidos a grupos de derechos humanos.

Abdullah Zahra cuenta su experiencia. Foto: APAbdullah Zahra cuenta su experiencia. Foto: AP

Días después de la caída de Assad, Zahra –que ahora tiene 33 años– fue a visitar la Sección 215, un centro de detención gestionado por la inteligencia militar en Damasco donde estuvo recluido durante dos meses. En un calabozo subterráneo, entró en la celda sin ventanas de 4 por 4 metros donde, según dice, estuvo recluido con otros 100 reclusos.

“La muerte era la cosa menos horrible”

A cada hombre se le permitía una baldosa para ponerse en cuclillas, dijo Zahra. Cuando los ventiladores no funcionaban –ya fuera intencionadamente o por un corte de electricidad–, algunos se asfixiaban. Los hombres se volvían locos; las heridas de tortura supuraban. Cuando un compañero de celda moría, guardaban su cuerpo junto al inodoro de la celda hasta que los carceleros venían a recoger los cadáveres, relató.

“La muerte era la cosa menos horrible”, afirmó. “Llegamos a un punto en el que la muerte era más fácil que quedarse aquí un minuto”.

El sistema de represión de Assad creció conforme la guerra civil arreciaba.

Miembros de Defensa Civil cargan restos huanos encontrandos en el aeropuerto de Damasco. Foto: APMiembros de Defensa Civil cargan restos huanos encontrandos en el aeropuerto de Damasco. Foto: AP

Zahra fue detenido junto con su padre después de que agentes de seguridad mataran a uno de sus hermanos, un conocido grafitero anti-Assad. Tras ser liberados, Zahra huyó a zonas controladas por la oposición. A los pocos meses, los agentes de seguridad regresaron y se llevaron a rastras a 13 de sus familiares varones, entre ellos a un hermano menor y, de nuevo, a su padre.

Los llevaron a la Sección 215. Todos fueron torturados y asesinados. Más tarde, Zahra reconoció sus cuerpos entre las fotos filtradas por un desertor que mostraban los cadáveres de miles de personas asesinadas durante su detención. Nunca se recuperaron sus cuerpos, y se desconoce cómo y cuándo murieron.

Los grupos de derechos humanos estiman que al menos 150.000 personas desaparecieron tras el inicio de las protestas antigubernamentales en 2011, la mayoría de ellas en la red de prisiones de Assad. Muchas de ellas murieron, ya fuera en ejecuciones masivas o a causa de la tortura y las condiciones carcelarias. El número exacto sigue sin conocerse.

Documentos abandonados en un centro de detención. Foto: APDocumentos abandonados en un centro de detención. Foto: AP

Incluso antes del levantamiento, Assad había gobernado con mano de hierro. Pero cuando las protestas pacíficas se convirtieron en una guerra civil en toda regla que duraría 14 años, Assad amplió rápidamente su sistema de represión.

Surgieron nuevos centros de detención en complejos de seguridad, aeropuertos militares y bajo edificios, todos ellos a cargo de agencias militares, de seguridad y de inteligencia.

Recorriendo el lugar de su tortura y detención, Zahra esperaba encontrar alguna señal de sus familiares perdidos. Pero no había nada. En casa, su tía, Rajaa Zahra, vio por primera vez las fotos de sus hijos asesinados. Antes se había negado a ver las fotos filtradas. Perdió a tres de sus seis hijos en la Sección 215 y un cuarto fue asesinado en una protesta. Su hermano, dice, tenía tres hijos, ahora sólo tiene uno.

“Esperaban acabar con todos los jóvenes del país”.

El «neumático» y «la alfombra mágica»

Los sirios eran torturados con ‘el neumático’ y ‘la alfombra mágica’ Las torturas del régimen de Assad tenían nombre.

Una se llamaba la “alfombra mágica”, en la que se ataba al detenido a un tablón de madera con bisagras que se doblaba por la mitad, doblando la cabeza hacia los pies, que luego eran golpeados.

Celdas en la sección palestina. Foto: AP Celdas en la sección palestina. Foto: AP

Abdul-Karim Hajeko dijo haber soportado esto cinco veces. Sus torturadores le pisotearon la espalda durante los interrogatorios en la Subdirección de Seguridad Penal, y aún tiene las vértebras rotas.

“Mis gritos llegaban al cielo. Una vez un médico bajó del cuarto piso (a la planta baja) por mis gritos”, dijo.

También lo metieron en “el neumático”. Le doblaron las piernas dentro de un neumático de coche mientras los interrogadores le golpeaban la espalda y los pies con una porra de plástico. Cuando terminaron, dijo, un guardia le ordenó que besara el neumático y le diera las gracias por enseñarle “cómo comportarse”. Hajeko fue trasladado posteriormente a la tristemente célebre prisión de Saydnaya, donde permaneció recluido seis años.

Muchos presos dijeron que les habían puesto el neumático por infringir las normas —como hacer ruido, levantar la cabeza delante de los guardias o rezar— o sin motivo alguno.

A Mahmoud Abdulbaki, suboficial de las fuerzas aéreas que desertó del servicio, le pusieron el neumático durante su detención en una instalación de la policía militar. Le obligaban a contar los latigazos —hasta 200— y si se equivocaba, el torturador volvía a empezar.

“A la gente se le paraba el corazón tras los latigazos”, contó el hombre de 37 años.

Más tarde estuvo recluido en Saydnaya, donde, según dijo, los guardias aterrorizaban a los reclusos haciendo rodar un neumático por el pasillo bordeado de celdas y golpeaban los barrotes con sus porras. Dondequiera que se detuviera, toda la celda sería sometida al neumático.

En total, Abdulbaki pasó casi seis años en prisión en distintos periodos. Fue uno de los liberados el día que Assad huyó de Siria.

Saleh Turki Yahia dijo que durante los siete meses de 2012 que estuvo recluido en la Sección Palestina, centro de detención gestionado por la Agencia General de Inteligencia, moría un compañero de celda casi todos los días.

Un miliciano del nuevo régimen inspecciona la Sección Palestino de un centro de detención. Foto: AP Un miliciano del nuevo régimen inspecciona la Sección Palestino de un centro de detención. Foto: AP

Contó cómo un hombre sangró en la celda durante días tras regresar de una sesión de tortura en la que los interrogadores le clavaron un tubo. Cuando los reclusos intentaron moverlo, “todos los fluidos le salieron por la espalda. La herida se abrió por la espalda y murió”, declaró.

Yahya relató que le aplicaron descargas eléctricas, lo colgaron de las muñecas y le golpearon los pies. Perdió la mitad de su peso corporal y estuvo a punto de arrancarse la piel rascándose por la sarna.

“Nos destrozaron”, dijo, rompiendo a llorar. “Mira Siria, todo son ancianos… Toda una generación está destruida”.

Pero con Assad fuera, volvió a visitar la Sección Palestina.

“He venido a hablar. Quiero contarlo”.

Las pruebas cada vez más numerosas se utilizarán en los juicios La tortura continuó hasta el final del gobierno de Assad.

Rasha Barakat, de 34 años, dijo que ella y su hermana fueron detenidas en marzo en su domicilio de Saqba, ciudad de las afueras de Damasco.

Dentro de una dependencia de seguridad, la llevaron junto a su marido, que había sido detenido horas antes y estaba siendo interrogado. Estaba arrodillado en el suelo, con la cara verde, dijo. Fue la última vez que lo vio: murió bajo custodia.

Durante su propio interrogatorio, que duró horas, los agentes de seguridad la amenazaron con traer a sus hijos, de 5 y 7 años, si no confesaba. La golpearon. Unas agentes de seguridad la desnudaron y le echaron agua fría, dejándola tiritando desnuda durante dos horas. Pasó ocho días aislada, oyendo las golpizas a su alrededor.

Abdullah Zahra muestra la posición en que era torturado. Foto: APAbdullah Zahra muestra la posición en que era torturado. Foto: AP

Finalmente la llevaron a Adra, la prisión central de Damasco, la juzgaron y la condenaron a cinco años por apoyar a grupos rebeldes, cargos que, según ella, eran inventados.

Allí permaneció hasta que los insurgentes irrumpieron en Adra en diciembre y le comunicaron que era libre. Se calcula que unos 30.000 presos fueron liberados cuando los combatientes abrieron las cárceles durante su marcha hacia Damasco.

Barakat dijo que estaba contenta de volver a ver a sus hijos. Pero “estoy destrozada psicológicamente… Me falta algo. Es difícil seguir adelante”.

Ahora llega la monumental tarea de contabilizar a los desaparecidos y recopilar pruebas que algún día puedan servir para procesar a los funcionarios de Assad, ya sea por tribunales sirios o internacionales.

Cientos de miles de documentos siguen esparcidos por los antiguos centros de detención, muchos de ellos clasificados como confidenciales, en almacenes habitualmente subterráneos. Algunos de los documentos consultados por AP incluían transcripciones de conversaciones telefónicas, incluso entre oficiales militares, archivos de inteligencia sobre activistas y una lista de cientos de prisioneros muertos durante su detención.

Shadi Haroun, que pasó 10 años encarcelado, ha estado trazando la estructura carcelaria de Assad y documentando las experiencias de antiguos detenidos desde su exilio en Turquía. Tras la caída de Assad, se apresuró a regresar a Siria y recorrió los centros de detención.

Los documentos, dijo, muestran la burocracia que hay detrás de los asesinatos. “Saben lo que hacen, está organizado”.

Los trabajadores de la defensa civil están rastreando fosas comunes donde se cree que están enterradas decenas de miles de personas. Se han identificado al menos 10 en los alrededores de Damasco, sobre todo a partir de informes de residentes, y otras cinco en otras partes del país. Las autoridades dicen que no están preparadas para abrirlas.

Un organismo de la ONU conocido como Mecanismo Internacional Imparcial e Independiente se ha ofrecido a ayudar al nuevo gobierno provisional de Siria a recopilar, organizar y analizar todo el material. Desde 2011, ha estado recopilando pruebas y apoyando las investigaciones en más de 200 casos penales contra figuras del gobierno de Assad.

Robert Petit, director del organismo de la ONU, dijo que la tarea es tan enorme que ninguna entidad puede hacerlo sola. La prioridad sería identificar a los artífices de la brutalidad.

Muchos quieren respuestas ya.

Las autoridades no pueden limitarse a declarar que se da por muertos a los desaparecidos, afirmó Wafaa Mustafa, periodista siria, cuyo padre fue detenido y asesinado hace 12 años.

“Nadie puede decir a las familias lo que ocurrió sin pruebas, sin búsqueda, sin trabajo”.

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