PARÍS.– Carlos III de Inglaterra tiene la obligación de mantenerse políticamente neutro, pero eso no le impidió la semana pasada ser rigurosamente fiel a la tradición familiar de enviar mensajes a través de gestos simbólicos. Esta vez, el gobierno británico recurrió al rey en su esfuerzo por hallar una solución a la guerra en Ucrania y, como lo hiciera antes su madre, el monarca dijo “presente”.
El primero de esos gestos, en su calidad de jefe de Estado, fue la invitación enviada a Donald Trump a través de su primer ministro, Keir Starmer, cuando viajó a Washington para defender la causa de Kiev. Una misiva que convirtió al presidente de Estados Unidos en el primer dirigente de la historia que efectuará una segunda visita de Estado a Gran Betaña, después de la realizada en 2019 durante el reinado de Isabel II. Radiante, Trump leyó la invitación ante las cámaras y afirmó que era “un honor” aceptarla, elogiando al soberano como un “hombre maravilloso”.
Pero el guiño magistral vendría más tarde: inmediatamente después del escándalo protagonizado por el presidente norteamericano y su vice en la Casa Blanca, donde humillaron y maltrataron a Volodimir Zelensky. Carlos III se apresuró entonces a “recibir cálidamente” a este último en su residencia de Sandringham, al este de Inglaterra, “donde compartieron el té”, según el Palacio de Buckingham.
“Se trata de un gesto absolutamente inhabitual pues el rey nunca recibe invitados oficiales en su residencia de descanso. Y mucho menos se deja fotografiar sonriente, mientras les da la mano. Pero creo que es una excelente utilización de la familia real”, comenta Pauline MacLaran, profesora de la universidad londinense Royal Holloway.
“La gran ventaja [de la familia real] es ese ‘soft power’ del que dispone. Y creo que es muy necesario en este momento”, agrega.
A los 76 años, Carlos III parece encantado desempeñando ese papel en momentos en que Gran Bretaña vuelve a los primeros puestos de la escena internacional esforzándose en actuar como el lazo entre el Estados Unidos de Donald Trump por un lado, y Europa y Ucrania por el otro, con el fin de poner fin a la guerra y obtener una paz duradera.
¿Qué fue lo que se habló en la residencia real de Sandringham entre el rey y Zelensky? Probablemente nunca se sepa: el tenor de esos encuentros jamás es revelado por el Palacio de Buckingham. Porque, según ratifica una fuente real citada por los medios británicos, su papel consiste en “efectuar gestos simbólicos en vez de comentar”.
“Carlos es muy consciente de su responsabilidad a nivel mundial, regional y nacional”, asegura la misma fuente.
Y el alcance simbólico de la diplomacia real fue particularmente visible en esa visita de Starmer a Washington, interpretada como una forma de instaurar un ambiente propicio y distendido en el encuentro con Trump.
“Fue un golpe maestro. La invitación tenía el objetivo de impresionar a Trump, mostrarle el mayor respeto y facilitar la tarea de Starmer, que debía convencerlo de recibir a Zelensky”, juzga MacLaran. Para Evie Aspinall, directora del grupo de reflexión British Foreing Policy Group, ese gesto aduló a Trump.
“Trump quiere sentirse grande e importante. Con una visita de Estado al país más codificado de Occidente, se lo permiten”, analiza.
Que la visita de Trump al Reino Unido se concrete o no, el tiempo lo dirá. Después de la vergonzosa escena protagonizada por el presidente norteamericano y su vice en el Salón Oval, la opinión pública británica, decididamente a favor de Ucrania, salió a la calle a exigir que el magnate no vuelva a poner los pies en el país.
“Ahora hay que anular la visita de Estado del ‘tirano’ Trump”, escribió en portada el diario conservador Mail on Sunday, listando la cantidad de diputados y otras personalidades que se unían a esa demanda.
“La idea de que se retrase indefinidamente hasta que se alcance un acuerdo de paz, en términos que sean aceptables para Ucrania y Europa, es interesante”, dice Philip Turtle, especialista de la política británica.
Pero la operación “envío de mensajes” de Carlos III no había terminado ahí. Y se produjo poco después, cuando el soberano recibió con las mismas muestras de afecto Justin Trudeau. Desde que Donald Trump asumió la presidencia y ratificó su intención de anexar a Canadá convirtiéndolo en el 51° estado de Estados Unidos, el primer ministro canadiense se encuentra bajo el fuego cruzado del mandatario norteamericano, que lo califica constantemente de “gobernador”.
También Trudeau hizo el viaje a Sandringham, con más razón si se tiene en cuenta que Carlos III sigue siendo el jefe del Estado canadiense, país miembro del Commonwealth. Después del encuentro, Trudeau escribió en las redes sociales que ambos trataron “cuestiones de importancia para los canadienses incluido, sobre todo, el futuro de la soberanía y la independencia del país”. El rey no hizo desde luego comentarios como hubieran querido algunas personalidades políticas canadienses, pero sus gestos no pasaron inadvertidos a nadie.
En todo caso, el actual monarca tuvo en ese terreno una excelente escuela. Hasta el fin de sus días, a la respetable edad de 96 años, su madre, la reina Isabel II, fue una experta en enviar mensajes codificados. Nadie olvida, por ejemplo, cuando, en plena lucha por obtener el derecho de conducir, las mujeres sauditas vieron con fascinación como la soberana, que recibía un día de septiembre de 1998 al príncipe Abdallah –que gobernaba de hecho el reino debido a la enfermedad del rey Fahd–, lo invitó a dar una vuelta en auto por el fabuloso parque del castillo de Balmoral, en Escocia y, reemplazando a su chofer, se sentó detrás del volante de su Land Rover real y arrancó.
Pero Isabel II también fue un apoyo indefectible de Ucrania. Una histórica foto la muestra, apenas restablecida de un Covid, recibiendo a Zelensky en 2022 y haciéndose fotografiar junto a un maravilloso bouquet de flores celestes y amarillas, el color de la bandera ucraniana.
El 24 de agosto de ese mismo año, la embajada británica anunció en su cuenta Twitter que la reina había enviado un mensaje particularmente cálido al presidente Zelensky en ocasión de la fiesta nacional de su país.
“En este año tan difícil, espero que hoy sea la ocasión para el pueblo ucraniano, en Ucrania y en el resto del mundo, para celebrar su cultura, su historia y su identidad. Ojalá podamos vivir tiempos mejores en el futuro”, escribió.
La palabra “identidad” tiene en ese mensaje una particular importancia, cuando se tiene en cuenta que, para Vladimir Putin, la identidad ucraniana no existe, porque Ucrania no existe.
Esas fueron solo algunas de las ocasiones en que la familia real expresó su solidaridad con el pueblo ucraniano desde que comenzó la invasión en 2022. Pocas semanas después de iniciado el conflicto, la prensa británica informaba que la reina Isabel II había enviado una donación personal, calificada de “generosa” por el palacio, al Disasters Emergency Committee, reunión de organizaciones caritativas británicas de ayuda a la población ucraniana.
El príncipe Guillermo y su esposa Kate también manifestaron su apoyo a través de las redes sociales, mientras que Carlos III visitó la catedral gótica ucraniana de Londres. Gestos sensiblemente significativos, cuando se tiene en cuenta que todos obviaron el estricto protocolo real, que impone una absoluta neutralidad en las relaciones internacionales a los miembros de la corona británica.
Este último martes, después de su maratón diplomática, Carlos III voló en helicóptero hasta el HMS Prince of Wales, en el canal de la Mancha, donde conversó con marineros y observó el despegue de aviones cazas desde la cubierta del buque, un portaaviones de la Marina Real británica. En momentos en que toda Europa ha decidido prepararse, unida, para remplazar el paraguas militar de Estados Unidos que la protegía desde hace 80 años, esa visita tampoco pasó inadvertida.