Cuba lleva años en un callejón sin salida. No es solo producto del absurdo bloqueo que mantiene EE.UU. sobre la isla. Lo reconoció el propio Raúl Castro en discursos en los que reprochó el uso de ese argumento para justificar el abandono del país. Y hasta Fidel, quien afirmó que el final de la Revolución no vendría de los “gusanos”, como llamaba con desprecio los anticastristas de Florida, sino de los propios cubanos en la isla.
La incapacidad del régimen para edificar una salida de crecimiento al estilo de China o Vietnam, los otros modelos de raíz comunista, se hizo evidente al desaprovechar la oportunidad que abrió el deshielo planteado por Barack Obama. Hubo ahí un formidable estímulo para generar una clase media activa y sumar inversiones, pero se trabó por las presiones de los burócratas del poder abrazados a sus privilegios.
No se abrió la economía lo suficiente, como hicieron los ejemplos asiáticos. Después vino el derrumbe definitivo de ese intento en la primera presidencia de Donald Trump que destruyó los acuerdos de la era Obama y, luego, la pandemia de coronavirus que liquidó el negocio turístico de la isla.
Ese trasfondo se tornó aún más explosivo tras la victoria de Joe Biden en 2020. El castrismo, con Raúl todavía en el poder, buscó mejorar el perfil económico de la isla en la suposición de que el ex vicepresidente de Obama recuperaría aquellos lazos y estimularía un aluvión de inversiones.
Los ajustes arrancaron pero Biden no hizo nada por la isla. El régimen en enero de 2021 unificó las dos monedas cubanas, el Cuc y el peso, lo que produjo una súbita hiperinflación, que disparó la paridad con el dólar de 24 a 120 pesos, destruyó sueldos y agravó la pobreza. Desde entonces la economía se contrajo 12%.
Como consecuencia, un jubilado gana hoy unos 13 dólares, poco menos de lo que cuesta una maple de huevos. El salario promedio redondea 33 dólares, pero se requerirían 200 para la canasta familiar, que se debe adquirir en gran medida con divisas difíciles de conseguir. Un escenario que empeora ahora con la nueva gestión trumpista.
Están ahí las causas de las históricas manifestaciones de julio de 2021, en las cuales una enorme cantidad de cubanos reclamó contra el hambre y por la apertura democrática, que entendían con razón como la solución para sus calamidades.
Esa protesta fue reprimida con ferocidad por Miguel Díaz-Canel, el delfín muy precario de Raúl Castro, que envió a la cárcel a decenas de jóvenes solo por protestar y con ello el régimen destruyó los restos del valor simbólico que alguna vez pudo tener la Revolución.
Los pasos siguientes son conocidos. Con la burocracia, al estilo de la dictadura venezolana, aún más agazapada en sus lugares de poder, se amplificó la dolarización del país lo que abrió un significativo mercado negro. Para peor Cuba importa el 80% de lo que consume pese a que cuenta con tierras muy buenas para la labranza.
La ausencia de inversiones y por lo tanto de emprendimientos, explica el desastre del sistema eléctrico, una oscuridad que es también alegoría del futuro de la isla. El efecto es un éxodo de niveles históricos por la pérdida de la esperanza entre la gente de lograr un cambio.
Las cifras oficiales muestran que la población se redujo a 10.055.968 en diciembre de 2023 desde 11.181.595 del mismo mes de 2021. Esa cifra fue peor en 2024, lo que significa que la población ya estaría por debajo de los 10 millones. Es difícil de comprobar porque el régimen evitó hacer el censo.
Algunos especialistas como Juan Carlos Albizu-Campos, del Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo en Cuba, sostiene que el número real de la población es menor ya a 9 millones, es decir que un cuarto de sus habitantes habría escapado ya del sueño roto cubano.