PARÍS.- Nicolas Sarkozy llegó a la presidencia francesa en 2007 alardeando de una energía hiperactiva, pero el exmandatario conservador está ahora a punto de ir a prisión tras una caída espectacular iniciada con su derrota electoral tras su único mandato.
La Justicia lo condenó a cinco años de prisión en un caso sobre la presunta financiación ilegal por Libia de su campaña de 2007 y, además, pidió su ejecución provisional. Pese a contar ya con dos condenas previas, siempre había logrado evitar la prisión.
“Sarko” se convertirá así en el primer expresidente francés en acabar entre rejas, después de ser este año el primero en lucir una tobillera electrónica y en el único hasta el momento en ser condenado a prisión firme.
El marido de la modelo, cantante y actriz Carla Bruni había construido irónicamente su carrera con una posición de línea dura contra los delincuentes, los migrantes y el islam, aunque también se lo veía como “presidente de los ricos” y como un amante de la ostentación.
Nacido el 28 de enero de 1955, este hombre de corta estatura, moreno con ojos azules, apasionado por el fútbol y el ciclismo, es un perfil atípico en la clase política francesa.
No proviene de la gran burguesía ni ha pasado por una gran universidad, contrariamente a la mayoría de sus pares. Hijo de un inmigrante húngaro, criado por su madre y su abuelo griego, se presenta como un “francés de sangre mezclada”. “Un ambicioso, que no duda de nada, sobre todo de sí mismo», dijo de él un día su predecesor Jacques Chirac, su primer mentor.
Alcalde a los 28 años de un rico suburbio de París, Neuilly-sur-Seine, diputado a los 34, ministro a los 38, superó todos los obstáculos antes de ser elegido jefe de Estado a los 52 años, en su primer intento en 2007.
La noche de su triunfo en las urnas, el 6 de mayo de ese año, el candidato victorioso del partido derechista UMP (ahora Los Republicanos) desató la polémica al festejar su éxito con celebridades y multimillonarios reunidos en Fouquet’s, uno de los locales más lujosos de París, que fue incendiado unos diez años después por los chalecos amarillos por ser símbolo de riqueza y privilegio.
“Fue mi gran error”, reconoció el propio Sarkozy en una especie de mea culpa autobiográfica publicada en 2016, La France pour la vie. “No aprecié el significado simbólico de ese lugar”.
Tan solo unos días después dio otro paso en falso. En el último suspiro antes de la segunda vuelta contra la candidata socialista, Ségolene Royal, Sarkozy insinuó que, de ganar, se retiraría unos días a un monasterio en Córcega. Dijo que sería una forma de “calibrar la importancia de su cargo” y “asumir el rol” de la presidencia.
Sin embargo, una vez que obtuvo las llaves del Palacio del Elíseo, sus planes cambiaron radicalmente: abandonando la idea de un retiro espiritual, aceptó la invitación de su amigo multimillonario Vincent Bolloré a bordo del Paloma, su yate de 65 metros, con jet privado incluido, para llegar al yate en el Mediterráneo. “Libertad, Igualdad, Jet Privado” fue uno de los lemas acuñados por sus detractores.
Respecto al crucero en el yate de Bolloré, Sarkozy reconoció “un innegable error de juicio. Pensé, equivocadamente, que cinco días en el barco de un amigo salvarían mi relación” con su entonces esposa, Cécilia.
Si ese fue el motivo, no le resultó. Ella lo dejó ese otoño para irse de París, mudarse a Nueva York y casarse con el empresario Richard Attias. Sarkozy fue el primer presidente francés que se divorció durante su mandato, antes de casarse en 2008 con Carla Bruni, con quien tuvo una hija. Tuvo otros tres niños con sus dos primeras mujeres.
Durante su carrera, Sarkozy se forjó una sólida reputación de personalidad enérgica, pero sus detractores lo acusan de ser demasiado impulsivo, como cuando le gritó “casse-toi pauvre con” (salí de acá, pedazo de imbécil) a un hombre que se negó a estrecharle la mano.
Su derrota en la elección de 2012 ante el socialista François Hollande y, cuatro años después, en las primarias de su propio partido conservador lo condenaron a retirarse de la vida pública.
“Ha llegado la hora para mí de levantar más pasión privada y menos pasión pública”, declaró entonces, retirándose de la primera línea, pero no dejó de influir en la política, en la que entró en 1983.
Sus problemas judiciales y su vida personal continuaron acaparando además la atención mediática, mientras que los políticos, desde el actual presidente Emmanuel Macron al joven líder ultraderechista Jordan Bardella, se reunían con él.
Agencias AFP y ANSA