El presidente Donald Trump, que en campaña prometió que solucionaría la guerra en Ucrania “en un día”, busca ahora denodadamente anotarse un éxito como negociador mundial en ese conflicto y hasta se entusiasma con un premio Nobel de la Paz.
Trump maltrató semanas atrás a Volodimir Zelenski en el Salón Oval y le suspendió toda la ayuda hasta que luego negoció con el líder ucraniano, que aceptó un cese al fuego porque depende enormemente de EE.UU.
Pero Trump se enfrenta ahora a un rival mucho más duro y estratégico que el actor devenido en presidente hace algunos años.
Vladimir Putin no es un recién llegado, ni un líder impulsivo ni se deja intimidar por el poder y el particular estilo trumpista. ¿Cese del fuego? Sí, es posible, pero con varias condiciones, sin apuro. ¿Garantizar vidas de soldados ucranianos? Claro, pero antes rendición absoluta en Kursk, clama el ruso. Pese a que aprecia el cambio en la Casa Blanca y da la bienvenida a un nuevo presidente que ya no lo considera un “asesino”, Putin no cederá un centímetro sin antes obtener beneficiosas concesiones.
Hay que ver cómo reacciona Trump a esta tensión que se viene. Un duelo entre dos hombres que detestan perder a nada, aunque este choque personal puede tener implicaciones profundas en la geopolítica global. Ambos tienen estilos de liderazgo fuerte, son nacionalistas y les gusta negociar desde posiciones de poder. Sin embargo, existen diferencias.
Trump es un negociador transaccional y fuertemente guiado por su instinto y sus impulsos. Busca sellar acuerdos de estilo empresarial, sobre todo que puedan ser presentados como “victorias” personales o nacionales.
El presidente es impredecible, pragmático y, no tiene miedo de romper con las posturas tradicionales de Washington si cree que puede obtener beneficios para EE.UU. o para sí mismo. Su emisario a la zona es un ejecutivo del negocio inmobiliario sin experiencia diplomática.
Putin, en cambio, no se mueve por impulsos: es un estratega de largo plazo. No negocia desde la improvisación, sino con una visión clara y sistemática de consolidar su propio poder, pero sobre todo el poder ruso. Es metódico, paciente y opera dentro de una doctrina de seguridad que busca restaurar la influencia de Rusia sobre sus vecinos y en la escena global. Quiere una victoria contundente sobre Ucrania y que los territorios tomados por Moscú queden en sus manos.
Europa vive en estado de alerta no solo por el desdén del nuevo jefe de la Casa Blanca con el Viejo Continente sino por un posible avance ruso en el vecindario, que sería una amenaza para su futuro. A pesar de que los europeos son históricos aliados de los Estados Unidos a Trump no le importa romper ese vínculo, e insiste con criticar a la OTAN. la Alianza Atlántica de mutua defensa, y a los países que no cumplen con sus compromisos financieros en esa organización. El acercamiento de Washington a Rusia, estima Trump, serviría para frenar el liderazgo chino.
Rusia aprovecha esa grieta y busca un triunfo contundente en Ucrania. Pero, si quiere avanzar, Putin no debería provocar demasiado a Trump, sobre todo abiertamente, en público. Porque el magnate de ego tupido todo se lo toma personal y puede cambiar de un día para otro: así como llamó subrepticiamente “dictador” a Zelenski, el ruso podría enseguida pasar de “amigo” a “asesino” y Trump endurecer las condiciones. No hay que olvidar que muchos legisladores republicanos observan con reticencia y hasta alarma –en silencio por ahora– el acercamiento de Trump a Rusia.
Trump necesita un triunfo en política exterior y lo quiere pronto. Su plan de convertir a Gaza en la “Riviera en Oriente Medio” concitó el rechazo de casi todo el mundo menos Israel. Además, las encuestas indican que su imagen en política exterior ha caído varios puntos: un 51,8% rechaza hoy su gestión externa mientras que un 43,2% la apoya.
El presidente se ilusiona conque la guerra en Ucrania le de una nueva oportunidad de mostrarse como el negociador que describe en su libro “El arte del acuerdo”. Pero, más allá de las intenciones de Trump, Putin es sin dudas el rival más difícil con el que deberá lidiar.