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EE.UU., Rusia o China: ¿de qué país es presidente Trump ahora?


Es un “hombre loco”. Es un líder mercantilista que amenaza y retrocede una vez que alcanza lo que quiere. Es un mago de los negocios y de las negociaciones. Es un gestor de acuerdos que fracasan. Es un matón que rompe alianzas históricas con sus jugadas. ¿Cuál de todos esos es Donald Trump? ¿Todos, alguno o ninguno?

Al presidente norteamericano no le faltan descripciones. Para sus seguidores, obviamente es un mago de las negociaciones, capaz de conseguir lo que ningún otro mandatario logró frente a cualquier rival global. Para sus críticos, es un líder destructivo que conduce Estados Unidos al aislamiento y la decadencia.

Apenas pasó un mes desde que el dirigente republicano asumió su segundo mandato y cualquier veredicto final sobre cuál Trump prevalecerá en los próximos cuatro años o qué Estados Unidos le dejará a su sucesor es prematuro. La ambigüedad, de hecho, no es mala consejera para gestionar las relaciones de la mayor potencia global.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, levanta el pulgar después de hablar en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) anual en el Gaylord National Resort & Convention Center en National Harbor en Oxon Hill, Maryland, el 22 de febrero de 2025ROBERTO SCHMIDT – AFP

Pero, en su hiperactividad doméstica e internacional, el presidente sí da señales de qué mundo quiere: uno en el que Estados Unidos arrincona a China y neutraliza sus ambiciones de hiperpotencia y en el que las alianzas norteamericanas que moldearon el orden internacional tras la segunda guerra mundial cambian radicalmente para alcanzar ese objetivo.

El problema de ese plan es que la Casa Blanca corre el riesgo de alienar a sus socios de siempre, confiar demasiado en líderes acostumbrados a romper acuerdos y, en el largo plazo y a costa de errores autoinflingidos, despejar el camino de China hacia la supremacía global.

Apenas asumió, Trump amenazó a Panamá con quitarle por la fuerza el canal si no bajaba sus tarifas y si no contenía la influencia y el control de empresas chinas sobre sus puertas. En América Latina, hay pocos países más cercanos a Estados Unidos en historia y cultura que Panamá; hasta su presidente, José Raúl Mulino, se decía admirador de Trump.

Las advertencias del presidente norteamericano condujeron a Mulino a sacar a su país de la nueva Ruta de la Seda china. Trump logró en parte lo que quería. ¿Pero cuánta credibilidad y confianza, dos ingredientes esenciales del poder suave, perdió su gobierno en el camino?

En cierta forma, esa estrategia del garrote con los aliados inaugurada con Panamá fue desplegada con fanfarrias la semana pasada con Ucrania y Rusia.

El muy diverso equipo de política exterior de Trump se reunió con los enviados de Vladimir Putin en Arabia Saudita y acordaron comenzar con un diálogo de paz para Ucrania y, sobre todo, explorar oportunidades de “cooperación geopolítica” a largo plazo. Antes incluso del encuentro los funcionaros norteamericanos habían anticipado que Ucrania debería ceder terreno ya tomado por Rusia.

El secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, camina junto al presidente panameño, José Raúl Mulino, antes de una reunión bilateral en el palacio presidencial en PanamáFreddie Everett/Us State – Planet Pix via ZUMA Press Wire

Solo pocas horas después, el propio Trump se trenzó en un intercambio de descalificaciones con Volodimir Zelensky. “Dictador” fue lo más suave que lanzó el presidente norteamericano. Mientras tanto sus enviados a Kiev negocian ahora un acuerdo por el cual Ucrania cede a Estados Unidos el 50% de los ingresos por la explotación de todos sus recursos naturales y a cambio recibe… nada, ni siquiera garantías de seguridad para evitar otra invasión rusa. Para uno de los mayores adversarios de Estados Unidos en la historia contemporánea, todo; para uno de los mayores aliados estratégicos de Washington en este siglo, nada.

Los suspicaces creen que ese proceso de acercamiento a Rusia se sostiene por la fascinación de Trump con los “hombres fuertes”, en especial Putin, una inclinación que el presidente norteamericano no ocultó en su primer mandato. Los especialistas y los funcionarios del Tesoro y del Departamento de Estado ven, en cambio, una estrategia destinada a atacar los mayores desafíos de la política doméstica y la internacional: la inflación y China.

Hasta la guerra de Ucrania, Rusia era uno de los principales proveedores de petróleo de Estados Unidos, con picos de hasta 25 millones de barriles mensuales en 2021. Ese flujo cayó a cero a mediados de 2022 hasta hoy con la suspensión de la compra de crudo por la invasión de Ucrania, una medida también aplicada por Europa. El precio del crudo se disparó entonces y alimentó la crisis de inflación global que ya acosaba al mundo desde 2021.

Desde entonces el precio del petróleo se normalizó y, con ello, el costo de la gasolina en Estados Unidos. Un reporte de enero de la Agencia de Información de Energía anticipó que en 2025 y 2026 los precios de los combustibles bajarán en ese país, pero no tanto como en 2023, durante la presidencia de Joe Biden. Eso es, para Trump, un golpe al orgullo y a su promesa electoral de reducir el costo de los combustibles a los niveles en los que estaban en su primera presidencia. El regreso de Rusia al mercado global el petróleo podría ayudar a que los precios bajen aún más.

Marco Rubio estrecha la mano del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, durante su reunión en el Palacio Diriyah, en Riad, Arabia Saudita, el 18 de febrero de 2025– – SPA

Ese retorno además le quitaría a China una ventaja creada por las sanciones occidentales contra el crudo ruso. Pekín le compra a Rusia tanto petróleo con descuento que ya representa el 20% de todo el volumen importado. Romper ese vínculo y debilitar la asociación estratégica entre Moscú y Pekín, que incluye financiación de infraestructura, comercio de energía y hasta de armas, es tan importante para la Casa Blanca republicana como reducir los precios.

Trump coloca a China como el eje central de su política exterior. Por eso es la gestión por Ucrania, para sacarle Rusia a China. Estados Unidos cree que, una vez liberado Putin de la guerra con Ucrania, libera a Rusia de China”, explica, en diálogo con LA NACION, Eduardo Daniel Oviedo, profesor de la Universidad de Rosario y autor de varios libros sobre China y sobre las relaciones sino argentinas.

El argumento de los asesores de Trump podría servir para recortar la influencia y ambiciones chinas en su gran competencia estratégica con Estados Unidos. Sin embargo, dos elementos anticipan peligros para ese plan: la historia reciente y el estado de la alianza de Estados Unidos con Europa, su socio más determinante de los últimos 80 años.

En febrero de 2020, la entonces administración Trump negoció con los talibanes un acuerdo que el presidente republicano vendió como un logro jamás alcanzado por sus antecesores. Estados Unidos y sus socios occidentales se comprometían a abandonar Afganistán si el grupo terrorista detenía sus ataques a las fuerzas aliadas y negociaba la convivencia con el gobierno afgano.

Ese pacto fue aplicado un año y medio después de manera catastrófica por Biden y, en una de las mayores humillaciones de la historia norteamericana, los talibanes tomaron casi sin resistencia el poder.

Muñecas tradicionales rusas de madera llamadas matryoshka con las imágenes del presidente de China, Xi Jinping, a la izquierda, y al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, expuestos a la venta en una tienda de recuerdos en San Petersburgo, Rusia, el 21 de noviembre de 2024Dmitri Lovetsky – AP

Acorralados, muchos funcionarios de Biden culparon al acuerdo forjado por Trump, una crítica refrendada incluso por Mike Esper, secretario de Defensa de la administración republicana cuando se firmó el trato. Esper reveló entonces que el entonces presidente había desoído las advertencias internas sobre la necesidad de controlar que los talibanes cumplieran con sus compromisos, algo que habitualmente no hacían.

Esas mismas advertencias sobre un acuerdo con Rusia escucha hoy Trump. Putin no es un dirigente acostumbrado a cumplir con los pactos y menos si ellos se interponen en su ambición de hacer de Rusia una potencia global y devolverle la gloria gestada por los zares.

La relación entre Rusia y China hoy es además demasiado profunda, voluminosa y necesaria como para cortarla con un acuerdo entre Moscú y Washington. Como con los talibanes, conseguir el objetivo estratégico se anuncia improbable.

La Casa Blanca de Trump parece privilegiar la negociación con Putin y además se empeña en limar los vínculos con los aliados que están del otro lado, Ucrania y la Unión Europea. No es solo su falta de compromiso con la seguridad de Ucrania y las advertencias sobre la defensa europea sino también el apoyo del gobierno republicano a partidos que Europa considera antidemocráticos y el boicot a la estructura de gobernanza internacional.

¿Y a quién le cae eso como un regalo? A China.

Mientras Estados Unidos se dedicaba a cuestionar el espíritu democrático de Europa y a amenazar con cortar las coberturas de seguridad, el canciller chino, Wang Yi, paseaba por la conferencia de Múnich y, luego, por las capitales europeas ofreciendo a Pekín como baluarte de la credibilidad y la confianza global y el respeto de las leyes. Con poco, China busca mucho.

¿Para qué detener a un rival cuando mete un gol en contra?

El presidente chino Xi Jinping pronuncia un mensaje de Año Nuevo, el martes 31 de diciembre de 2024, en PekínJu Peng – Xinhua

En esa misma dinámica de medidas de doble filo, entran otras decisiones de la Casa Blanca. La amenaza de aranceles generalizados, en especial a países amigos, convierte a Washington en un aliado poco confiable y deja a China ante un escenario privilegiado para reforzar su condición de principal socio comercial del resto del mundo.

El recorte –o casi la desaparición- de la asistencia internacional le quita a Estados Unidos uno de los principales instrumentos de influencia mundial. Su retirada de acuerdos globales y organismos internacionales acalla su voz y limita su poder de decisión. Si China festeja con pocas palabras pero mucha expectativa ese repliegue norteamericano, parte de Estados Unidos se hunde en el desconcierto.

“La gente que acá en Washington tiene una percepción tradicional de la política exterior norteamericana no entiende esto, es como si Estados Unidos se estuviera tirando un tiro en el pie. Por ejemplo, Usaid [la agencia para el desarrollo internacional] es una herramienta de ‘soft power´. Cuando quitás eso, China llena los huecos. Los que trabajamos en esto no lo entendemos”, dice, en diálogo con LA NACION, Christopher Hernández Roy, vicedirector del Programa para las Américas del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, uno de los think tanks norteamericanos más prestigiosos.

La presidencia de Trump recién empieza y ninguna de sus ambiciones internacionales de acuerdos y revanchas todavía se concretó. El líder republicano aún tiene tiempo de escuchar las advertencias y evitar los errores autoinflingidos. Aún tiene tiempo de evitar, en definitiva, ser visto como el presidente de Rusia o de China más que de Estados Unidos.

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