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El intento de Maduro para una “transición”, condenado al fracaso


Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas.

CARACAS.- El 28 de julio, en Venezuela se celebraron elecciones. Fue la séptima vez que la oposición venezolana enfrentó al chavismo en un comicio presidencial y la tercera desde que Nicolás Maduro ocupa el poder, tras la muerte de Hugo Chávez en 2013. Pero fue la primera vez en 26 años que la oposición derrotó al chavismo de forma enfática y contundente, con el doble de votos que el candidato del gobierno.

Mañana, Maduro intentará ignorar ese resultado y asumir nuevamente como presidente, esta vez para un tercer mandato. Pero a pesar de todo el boato ceremonial y del recrudecimiento de la represión que probablemente veamos, la evidencia sugiere que Maduro fracasará en su objetivo de dar vuelta la página y lograr que Venezuela vuelva a un clima de normalidad en los próximos meses.

De hecho, las encuestas muestran que la mayoría de los venezolanos sabe perfectamente que ganó Edmundo González Urrutia. Una inmensa mayoría demanda acciones concretas y también cree que cualquier cambio político futuro no depende de terceros, sino de los mismos venezolanos que se alzaron con la victoria electoral, cuya credibilidad y liderazgo siguen siendo muy altos, a pesar de todo lo que ha pasado desde entonces.

Esas encuestas sugieren que más del 50% de los venezolanos apoyan las protestas contra Maduro, y que un 20% está dispuesto a participar de las mismas: de ser así, la asistencia será mucho mayor que en las marchas pasadas. María Corina Machado convocó a nuevas protestas para el jueves.

Milicias chavistas entregan armas en un barrio de Caracas. (Pedro MATTEY / AFP)PEDRO MATTEY – AFP

Habrá que ver hasta dónde está dispuesta a llegar la gente para asegurarse que el cambio político se materialice: el riesgo personal es muy alto. El secuestro del yerno de Urrutia, sumado a otros movimientos del aparato de seguridad chavista, demuestran que los riesgos para los líderes opositores y para los venezolanos de a pie son enormes. Así que las presiones internacionales y las decisiones que tomen las instituciones venezolanas –en especial las Fuerzas Armadas y la policía, que pueden decidir intervenir o abstenerse de las manifestaciones populares– podría sellar el destino de la próxima era política en el país.

Pero por más que Maduro logre sofocar la disidencia y asumir oficialmente, no obtendrá los resultados que quería cuando aceptó celebrar elecciones, como restaurar al menos parte de la legitimidad que había perdido en su país y ante la comunidad internacional, un objetivo que ahora parece fuera de su alcance. Y para sumar tensión a un escenario ya conflictivo, desde el exilio Urrutia prometió estar en Venezuela mañana, sin dar detalles de cómo lo hará. Su intención abre la posibilidad de que el país tenga dos presidentes con la comunidad internacional monitoreando de cerca y después de que casi ocho millones de venezolanos hayan abandonado su país.

La oposición tiene el apoyo de la comunidad internacional. Hasta ahora, pocos gobiernos reconocieron a Maduro como presidente electo. Por el contrario, el actual gobierno norteamericano y varios representantes del entrante, como el candidato a secretario de Estado, Marco Rubio, expresaron su apoyo al regreso de la democracia a Venezuela.

En respuesta, el gobierno venezolano ya abrió canales de comunicación con la futura administración de Donald Trump. Maduro parece dispuesto a aceptar mejorar las condiciones para las compañías petroleras norteamericanas que operan en Venezuela, reducir la migración de venezolanos y aceptar vuelos de deportación, si Washington acepta dejar de interferir en la política venezolana.

Las recientes declaraciones de Trump y su selección inicial de funcionarios de política exterior sugieren que su gobierno adoptará una línea más dura que la de Joe Biden, que abrió negociaciones con Caracas y flexibilizó las sanciones petroleras contra el gobierno venezolano.

Existe un vínculo muy claro entre la política venezolana, la migración e incluso la seguridad hemisférica, dado el alineamiento del gobierno de Maduro con sus pares de Rusia, Bielorrusia, Irán, China, Corea del Norte, Cuba y Nicaragua, entre otros. No es ningún secreto que, mientras Maduro siga en el poder, los venezolanos emigrarán en busca de un mejor futuro. Según el Observatorio de la Diáspora Venezolana, si Maduro sigue en el poder, durante 2025 abandonarán el país alrededor de un millón de venezolanos más. Por el contrario, unos 3,5 millones –la mitad de los que se fueron– estarían dispuestos a regresar si hubiera un cambio de gobierno.

Sin una transición democrática, Venezuela ingresará en una fase de autoritarismo hegemónico aún más oscura. Envalentonado, al régimen le preocupará todavía menos la apariencia de legitimidad electoral y recurrirá a una mayor represión. Eso conducirá a un deterioro exponencial de las condiciones de vida, más migración y mayor dependencia de China, Rusia e Irán.

Benigno Alarcón Deza

Traducción de Jaime Arrambide

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