TIJUANA.- Alicia camina de un lado a otro, da pequeños pasos dentro de una cocina. Se detiene cerca de la hornalla y sacude con energía las ollas de barro que tiene a fuego lento. De una emana el aroma de cerdo en salsa verde, y de la otra, en salsa roja. Mientras termina de preparar los guisos que vende en un local de comida improvisado en su casa, responde con firmeza: “Como sea, pero los vamos a pasar”.
Alicia prefiere ser identificada con ese nombre, pero su identidad es otra. Es una mujer pequeñita, con cabello largo y negro, hecho trenza. Tiene más de 40 años y desde antes de la pandemia se integró a una red encargada de cruzar familias por la frontera y entregarlas en sus destinos en territorio estadounidense.
Es famosa en esta región, en el noreste de Tijuana. La gente la conoce por dos cosas principalmente: por su sazón al cocinar y porque -dicen- conoce los cruces seguros. Su actividad consiste en canalizar a los migrantes con sus “guías”, y desde que el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ganó las elecciones, su trabajo y ganancias se incrementaron.
Para muchas familias, el miedo a quedarse atrapados una vez que llegara la nueva administración fue suficiente para decidir cruzar la frontera de forma irregular. Para quienes no lograron cruzar antes, ese temor se cumplió.
A principios de este mes el secretario saliente de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas, informó que hubo un total de 47.300 cruces irregulares de personas desde México durante diciembre de 2024, lo que significó un leve aumento comparado con noviembre, cuando se reportaron unos 46.000 arrestos.
“Nada de lo que está pasando va a detener a las familias. Tienen necesidad porque hay sitios donde simplemente ya no se puede vivir”, opina Alicia mientras corta un pedazo de pan típico de la región del Istmo. “Y sí, a pesar de todo, créame, van a cruzar”.
El costo por cruzar la frontera hasta sus destinos puede variar, entre 12.000 y 20.000 dólares. Según lo que se pague hay diferentes rutas y diferentes métodos, que son principalmente a través de túneles y puertos fronterizos.
“No se imagina” -explica la mujer mientras se le dibuja una sonrisa al recordar las historias que conoce-; “la gente cruza en sus narices”.
Por ejemplo, era octubre del año pasado cuando llegó una familia con al menos dos niños y una niña. Habían pagado 10.000 dólares por cada uno, porque cuando son menores de edad el costo es menor.
En ese momento se había reforzado la frontera y optaron por cruzarlos a través del puerto limítrofe. Esperaron un par de días y eligieron la fecha para cruzarlos, el 31 de octubre, en pleno Halloween.
Esa tarde, la persona encargada de hacer el cruce disfrazó a los niños. “Iban de calaveras, ellos como la muerte y ella una Catrinita (…) bien bonitos”. Los mezclaron en un grupo de niños, el coche conducido por una mujer y a todos les entregaron una visa. No tardó más de cinco minutos la revisión de los documentos que hizo el oficial de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP).
“It’s ok” (”Está bien”), les dijo el oficial, y cruzaron. Cada menor fue entregado a su familia que ya los aguardaba del otro lado de la frontera.
Alicia explica que el costo podría incrementarse porque la cantidad que se cobra se reparte entre mucha gente: los “guías”, los que reclutan. Si se atraviesa por túnel, hay que pagar comisión al cártel que es dueño de la zona. Además, a los agentes de ambos lados de la frontera. A ellos -dice- se les paga por no hacer nada. “Ellos en realidad no tienen que participar, lo único que tienen que hacer es hacerse tarugos, voltear los ojos, tomarse un café o rascarse la panza, o sea, nada”, asegura.
Javier, originario de Chiapas, acaba de regresar a Tijuana. Fue deportado el martes junto a su esposa y sus dos hijas pequeñas, luego de que agentes migratorios los detuvieran, a pesar de que recién les habían otorgado un documento que les permitía permanecer en Estados Unidos.
“Nos trataron peor que animales, se burlaban de nosotros, nos mentían porque a veces querían que firmáramos hojas, pero era para regresarnos”, recuerda.
“Ellos piensan que uno deja su vida entera nada más porque sí, pero no, dejamos todo porque ya no podemos estar ahí y nuestra única opción es cruzar y lo vamos a volver a intentar”, afirma.
Javier y su familia son parte de los miles de migrantes que decidieron trepar el muro con una escalera. Pensó que al cruzar sólo tendría que pedir asilo. No tenía medio millón de pesos para pagarle a un pollero, pero juntó 500 dólares para que tres hombres, a un costado del muro, les ayudarán a saltar.
Ya en territorio estadounidense, se quedaron hasta que oficiales de la Patrulla Fronteriza llegaron y pidieron asilo, que les negaron.
Aunque la seguridad en la frontera mexicana fue reforzada, los traficantes dicen que es muy sencillo librar los controles: “Les pagamos 500 o mil pesos, depende de la cantidad [de migrantes]”, explica uno de los polleros que coloca la escalera. “Nosotros llegamos, pagamos y ellos van por un café, nos dan unos 10 minutos, pero cruzar a la gente toma mucho menos, los saltamos casi enfrente de ellos”.
Por Gabriela Martinez
Por El Universal (México)