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El niño de Taung, el fósil que cambió la historia al probar que los seres humanos se habían originado en África


Hace un siglo, un artículo sobre una criatura que murió hace más de 2.000.000 de años empezó a transformar nuestra visión del curso de la evolución humana a como la entendemos hoy. Pero, no fue nada fácil.

El que sin duda es uno de los fósiles más importantes jamás encontrado había llegado a manos del autor de ese artículo, Raymond Dart, el día de la boda de un amigo que se iba a celebrar en su casa. La novia estaba por llegar, él era el padrino, pero aún no estaba listo cuando vio a dos carteros con dos cajas grandes que claramente no eran regalos, contó en sus memorias, Aventuras con el eslabón perdido (1959). Había estado esperando esta entrega desde que Josephine Salmons, una de sus estudiantes de anatomía, lo había alertado de un inesperado hallazgo.

Mineros de cal habían encontrado unos fósiles mientras explotaban una cantera en un sitio llamado Taung -que significa ‘lugar del león’-, a unos 500 kilómetros al noroeste de Johannesburgo, Sudáfrica, donde enseñaba Dart. El académico llevaba un año como catedrático de Anatomía en la Universidad de Witwatersrand, conocida como Wits y recientemente fundada, por lo que carecía no solo de equipos o una librería, sino también un museo con especímenes.

Por eso pidió que se los mandaran y, al verlos llegar, bajó corriendo las escaleras semidesnudo. Aunque su esposa Dora le rogó que no se pusiera a hurgar entre esos escombros hasta que terminara la boda, no pudo resistir la tentación. Menos cuando en la segunda caja detectó, en un trozo de roca, una apenas visible calavera. Ajeno a las súplicas de Dora, tomó una aguja de tejer y empezó a raspar los grumos de cal y arena, y no fue sino hasta que el novio lo amenazó con buscarse otro padrino que soltó, si no en pensamiento, al menos físicamente, el fósil. Apenas pudo, reanudó su tarea hasta que lo logró.

El hallazgo de Dart sería descrito en periódicos de todo el mundo y él se haría famoso de la noche a la mañana, pero no de una manera amableScience Photo Library

“La roca se partió”, recordó en sus memorias. “Lo que emergió fue la cara de un bebé, un infante con una dentadura de leche completa. “Dudo que haya habido algún padre más orgulloso de su descendencia de lo que yo estuve de mi ‘bebé de Taungs’ en esa Navidad de 1924”.

Esa cara no fue lo único extraordinario que Dart encontró. Reconoció entre los escombros “lo que sin duda era un molde del interior del cráneo”, que se había formado con sedimentos acumulados dentro de la calavera. Como era un neuroanatomista, un especialista en la morfología del cerebro, supo “de un vistazo que lo que tenía en mis manos no era un cerebro antropoide común y corriente”.

“Era la réplica de un cerebro tres veces más grande que el de un babuino y considerablemente más grande que la de cualquier chimpancé adulto”, escribiría más tarde Dart. “Además, pudo ver en el fondo lo que interpretó era el foramen magnum, el punto donde la columna vertebral entra en la base del cráneo”, le dijo a la BBC el paleontólogo Lee Berger, profesor honorario de Wits. “Inmediata, y asombrosamente, dedujo que era un simio bípedo, es decir, un simio que caminaba sobre dos patas. “Nunca antes se había encontrado algo así”, resaltó.

El tamaño de los dientes, la ausencia de un arco superciliar marcado, la forma de la frente y la mandíbula y el tamaño del cerebro lo convencieron de que estaba más cerca de ser un humano que de un simioScience Photo Library

“Históricamente hablando, probablemente se ajusta a la definición de un eslabón perdido más que cualquier otro”, le dijo a la BBC el respetado paleoantropólogo Charles Lockwood en 2008. “Esta fue la primera evidencia de una criatura claramente parecida a un simio que, sin embargo, tenía algunas características humanas”. Como escribió emocionado Dart, “aquí había una criatura que se atrevía a competir con el hombre”. Sus rasgos eran “sorprendentemente similares”, agregó.

“Realmente no teníamos idea de que los humanos habían evolucionado en África hasta el descubrimiento del niño Tuang”, subrayó Berger. “Y eso no sería aceptado por 25 o 30 años”, añadió. Eso a pesar de que Charles Darwin había predicho que la cuna de la humanidad estaba en ese continente 75 años antes.

Pero, la teoría de la salida de África del padre de la evolución había sido desestimada tras el descubrimiento del hombre de Java (Homo erectus erectus) y el hombre de Pekín (Homo erectus pekinensis), que apuntaban a que esa cuna estaba en Asia. O en Europa, dado el hallazgo en 1912 del hombre de Piltdown (Eoanthropus dawsonii), un especímen hallado en Inglaterra con un cerebro de tamaño humano y una mandíbula como la de un simio.

No obstante, Dart había notado una diferencia crucial entre el niño de Taung y esos candidatos a pariente humano ancestral más antiguo. Los otros ya eran humanos, aunque tenían rasgos simiescos.

El niño de Taung ya no era un simio, pero aún no era del todo humano. Por eso, convencido de que era un vínculo extinto entre nosotros y nuestros antepasados simios, hizo lo que cualquier científico anglosajón de su época habría hecho: le escribió al editor de la revista británica científica Nature.

El hombre de Piltdown hizo pensar que la cuna de la humanidad podía estar en las Islas Británicas, pero resultó ser una ingeniosa falsificación, que no se descubrió hasta 1953Getty Images

Su hallazgo resultó demasiado sorprendente, así que la revista se tardó un poco en publicarlo. Cuando lo hizo, su artículo Australopithecus africanus el hombre-mono de Sudáfrica apareció acompañado de comentarios de paleoantropólogos influyentes. Todos eran negativos.

Ahí estaba, un australiano que, aunque había estudiado Medicina en la Universidad de Sídney antes de ir al University College de Londres a trabajar con figuras prominentes de la antropología, se había ido a Sudáfrica, un lugar poco notorio en el mapa académico.

A sus 32 años, llevaba apenas poco más de un año como director del departamento de Anatomía de una universidad casi desconocida y “por pura suerte”, como él mismo escribiría, decía haber encontrado el eslabón perdido. Es más, había llegado a esa conclusión que consideraba irrefutable y transformadora en cuestión de unas pocas semanas.

Y no tenía reparos en anunciarla a los cuatro vientos sin siquiera buscar antes el respaldo de instituciones o científicos reverenciados. Todo sumó para que su artículo produjera un rechazo amargamente hostil.

Lo que Dart había descrito como “el cráneo de una raza extinta de simios intermedia entre los antropoides actuales y el hombre”, para los principales científicos de Europa y EE.UU. no era más que “un simio inconfundible” o “el cráneo deformado de un chimpancé”. Su idea de que los prehumanos evolucionaran en la árida sabana sudafricana, en vez de en bosques con más comida, se juzgó inaceptable, a pesar de su razonamiento de que “los poderes cerebrales mejorados que poseían hicieron posible su existencia en este entorno adverso”.

Dart vivió para ver el significado de su hallazgo y la teoría de Darwin corroboradosScience Photo Library

Sus pares se burlaron de su suposición de que unas piedras encontradas en la cantera hubieran sido utilizadas como herramientas por los Australopithecus, y las apodaron “Dartartefactos”. Fuera del círculo académico, tanto el niño de Tuang como Dart se convirtieron en blancos de bromas, en espectáculos y canciones populares.

Entre tanto, cristianos practicantes le escribían cartas acusándolo de ser “un traidor a su Creador” y un “agente activo de Satanás”, y deseando que “se asara en los fuegos del infierno”.

Pasarían décadas antes de que los científicos comenzaran a aceptar sus controvertidas ideas sobre la evolución humana. El cambio de opinión se fue haciendo inevitable con el descubrimiento de más fósiles de australopitecos en África. Influyó además el examen que le hizo el anatomista Wilfrid Le Gros Clark al niño de Taung en 1946, el cual confirmó el parentesco con los homínidos.

Con el descubrimiento de “Lucy”, el famoso esqueleto de una homínida de la especie Australopithecus afarensis en 1974, y de huellas de 3.500.000 años de antigüedad en Tanzania entre 1976 y 1978, la teoría de la salida de África ​​fue finalmente aceptada de forma generalizada. El niño de Taung se convirtió finalmente en el hallazgo del siglo.

Estudios posteriores confirmaron que Dart acertó en la mayoría de sus conclusiones, aunque algunos aspectos se fueron ajustando a medida que se acumularon conocimientos sobre el Australopithecus y mejoró la tecnología. Ahora sabemos que Taung murió cuando tenía alrededor de 3 o 4 años, no 6 o 7 como calculó Dart. Y que murió víctima del ataque de un águila.

Afortunadamente, Dart pudo ver cómo sus ideas inicialmente rechazadas se fueron corroborando y aceptando ampliamente. En 1984, la revista estadounidense Science reconoció su hallazgo como uno de los 20 descubrimientos científicos que habían moldeado la vida de los seres humanos en el siglo XX. Dart falleció cuatro años después a la edad de 95 años.

El yacimiento del cráneo de Taung forma parte de la Cuna de la Humanidad, lugar Patrimonio de la Humanidad designado por la Unesco desde el año 2005.

BBC Mundo

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