En pocas semanas tres tabúes cayeron en Berlín como fichas de dominó: Alemania deja atrás su histórica alianza con EE.UU; decide endeudarse de un modo inédito para rearmarse; y se muestra abierta a negociar la extensión del paraguas nuclear francés a su territorio. Son señales tangibles de cambios sísmicos impulsados por las amenazas de Trump a Europa. Salvo Ucrania, en ningún otro país europeo el giro de EE.UU. ha sido más desestabilizador que en Alemania, cuya república de posguerra es, en esencia, una creación de Washington.
El acelerador de esas mutaciones es Friedrich Merz, el democristiano vencedor en el voto del 25 febrero y probable nuevo canciller del país más rico del continente. Desde su victoria, Merz no ha hecho más que tomar distancia de sus predecesores y de la propia historia germana.Con las urnas aún tibias, llamó a asegurar la “independencia europea de EE.UU.” tan rápido como sea posible al asegurar que es “una prioridad absoluta”. Con esas frases dio vuelta como un guante la política que por 80 años guió a Alemania, un país que -a diferencia de Francia- siempre le resultó difícil concebirse como autónomo de Washington.
El giro de Berlín no se debe sólo a la decisión de Trump de torpedear la alianza atlántica, acercarse a Moscú y vapulear al ucraniano Volodomir Zelenski. Para los alemanes el tema es casi existencial luego de que JD Vance, vice de Trump, apoyara a la AfD, la extrema derecha nostálgica del nazismo. Merz fue, además, el primer líder de peso en acusar a Trump de haber emboscado a Zelenski en la Oficina Oval.
El viernes, Merz anunció un acuerdo con socialdemócratas y verdes para negociar una reforma constitucional que eleve el techo legal de endeudamiento. La iniciativa habilitaría de hecho un gasto militar casi ilimitado y un fondo adicional de 500.000 millones de euros en 10 años para inversiones en infraestructura. Según el Frankfurter Allgemeine Zeitung, ese pacto permitirá a Alemania disponer de casi un billón de euros en préstamos en la próxima década.
El proceso impulsado por Merz pone a Alemania en una senda de gastos no vista desde la caída del Muro de Berlín en 1989. La deuda pública crecería ahora del 63 al 84% (contra el alza del 41 al 60% en aquella histórica transformación). Que esto provenga de un conservador democristiano y veterano halcón de la austeridad fiscal da una idea de la mutación en marcha. “La velocidad y la magnitud de lo que pasa ahora tiene su equivalente en la reunificación alemana”, explicó al Financial Times Robin Winkler, economista del Deutsche Bank. A su vez, el diario británico calificó al momento como “el despertar de Alemania”.
Aunque aún no asumió, Merz ya entregó indicios de lo que busca. “La guerra -dijo en el foro de Davos- dura más de lo que debía. Debimos apoyar con más fuerza a Ucrania”. Fue una crítica a su antecesor, el socialdemócrata Olaf Scholz, tibio en su reacción inicial tras la invasión rusa e incapaz de sofocar disputas en su coalición que acabaron frenando a Alemania cuando Europa más la necesitaba.
En Suiza, Merz dejó otros datos: habló de “varios diálogos” mantenidos con el presidente francés Emmanuel Macron; dijo que Europa debía habituarse a la idea de que la OTAN “tal vez sea diferente en junio”; y reafirmó su decisión de estudiar la vieja propuesta francesa de compartir el paraguas nuclear con los socios europeos, potenciado además por la fuerza atómica británica, aun cuando no sea 100% nacional como la francesa.

Que estas palabras vengan de Alemania, hasta ahora protegida por los misiles de EE.UU. y siempre reacia a avalar a París en su idea de europeizar la disuasión atómica, era impensable hasta hace poco. Y eso vale aún más para la democracia cristiana de Merz, el más atlantista de los partidos germanos, que siempre miró con recelo la idea del general De Gaulle sobre la independencia militar europea. Pero los vientos cambian. “Todos nos hemos convertido en gaullistas”, ironizó el canciller holandés, Caspar Veldkamp, aludiendo al modo de enfrentar el giro prorruso de Trump, según remarcó Le Monde esta semana. Siguiendo esa estela, el analista Joseph de Weck subrayó el notable matiz de que Merz “quizás sea el más gaullista de todos los cancilleres que Alemania haya visto”.
Aun cuando la necesidad militar tiene cara de hereje, otros factores sostienen la carta blanca que ahora exhibe Merz. De un lado, hay ganas en Europa por un regreso alemán. Incluso en París, como lo admitió el director de inversiones del gigante germano Allianz, el francés Ludovic Subran: “Francia acepta el rol de conducción pero solo cuando Alemania no sabe lo que quiere”, le dijo al Suddeütsche Zeitung. Sin embargo, es el propio establishment alemán el que reclama una inyección fabulosa de dinero cuando la economía lleva ya dos años de recesión y pérdida de mercados. No por azar, el Banco Central Europeo acaba de recortar su tasa de interés de 2,7 al 2,5%, el nivel más bajo en dos años. Todo avala, pues, una relajación monetaria ante el capital más fluido que necesitan los nuevos tiempos.
Bajo este escenario, parece errado suponer que el regreso alemán y el rearme europeo sólo apunten a salvar a Ucrania y el cuello de Zelenski. En el fondo, está en juego un modelo de negocios y la propia seguridad de Europa ante un planeta repartido entre EE.UU., Rusia y China, como parece imaginar la Casa Blanca de Trump. Para el magnate, Europa no puede ser aliado sino escollo y rival comercial. En un artículo de fondo del Handelsblatt, el analista Jens Münchrath lo dijo en estos términos: “Con seguridad, la diplomacia negociadora de Trump no traerá ninguna paz a Ucrania. Y en cambio aportará (a Europa) una guerra que posiblemente rebase ampliamente la ucraniana”.
Resta ver si la agenda europea de Merz no chocará con las necesidades de su propia población. Más plata a defensa implicaría menos para gasto social. La sombra del crecimiento de la ultraderecha, consagrada como segundo partido alemán, sigue asomando en el horizonte.