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El regreso de Donald Trump y los adultos en la sala


Durante los gobiernos del republicano George Bush, los halcones de su gabinete, el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, se segundo, Paul Wolfowitz, y la Asesora de Seguridad Nacional y luego canciller, Condoleezza Rice, revoleaban la noción de que el siglo que se iniciaba constituiría la centuria de América. Una visión que venía desde los años ’90, aupada en la letra que proveía el think tank neoconservador Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense fundado en Nueva York en 1997. Implicaba un supuesto derecho de la potencia a modelar el mundo en la matriz estadounidense.

Fue esa una de las motivaciones ocultas de la vidriosa guerra contra el terrorismo o, más precisamente, de la invasión a Irak en 2003. Era también una forma oblicua de reescribir la doctrina del presidente James Monroe de 1823, América para los americanos, destinada a advertir contra cualquier intervención europea en el hemisferio.

Si alguna buena intención tuvo aquella idea, el “Corolario” emitido con su nombre en 1904 por el presidente Teodoro Roosevelt brindó a esa construcción un tono que parece escrito en estos días. En ese documento aquel mandatario republicano severamente nacionalista se reservaba el derecho a intervenir en cualquier frontera donde se considerara que estuvieran en peligro los derechos o la seguridad estadounidense. Era la época del big stick, el legendario gran garrote.

Esa memoria ayuda a colocar en perspectiva lo que parece una segunda campaña de Donald Trump antes de asumir el próximo lunes que elaboró con una serie de insólitos arrebatos expansionistas.

La idea subyacente es colocar a EE.UU. en la cabecera de una mesa a la cual deberían rendirse el resto de las potencias, caso contrario serían impugnadas. Trump, como un visitante de un pasado que ya no existe, afirma que por razones de seguridad nacional su país debe anexionarse Canadá, Groenlandia y recuperar el Canal de Panamá, entre otros objetivos. Posiblemente sean solo palabras, pero ofrecen un código claro de cómo el nuevo gobernante supone que debe encarar los desafíos de su gestión.

Hay dos problemas en ese comportamiento. El más sensible es que le brinda la derecha al autócrata ruso Vladimir Putin, quien justificó la invasión a Ucrania en su seguridad nacional, un argumento que desprolijamente ha repetido Trump reduciendo su capacidad de maniobra a sabiendas de que no habrá una salida rápida de la guerra. Esa construcción también alentaría a China a avanzar sobre Taiwán con las mismas motivaciones.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, un autócrata que acumula poder. Foto: AP

Balance de poder

El otro problema radica en que el mundo no es el mismo de la primera parte del siglo pasado, cuando regía el lema del America First. No es ya posible desdeñar el concepto del Estado nación. Pero no es solo Trump quien no advierte esas dificultades. El sudafricano Elon Musk, juega una especie de copresidencia con su lanza multimillonaria para intervenir en cuanto proceso electoral hay alrededor del mundo. Y lo hace a favor de partidos ultraderechistas, en su mayoría híper nacionalistas, xenófobos y simpatizantes casi sin excepción de Putin.

Comparten todos un similar desprecio por la idea liberal republicana del equilibrio de poderes y la defensa de institutos como la justicia y la prensa, garantes de la vitalidad del Estado. Un dispositivo a reducir hasta fulminarlo, según el rito del anarcocapitalismo en boga. Trump ha hecho insistentes referencias a ignorar la Constitución así como desconoció la victoria de Joe Biden en las elecciones de 2020.

Roosevelt creía en la fuerza y en el poder por encima de la idea de un orden internacional regido por el sistema jurídico que era la noción de “seguridad colectiva” que defendería luego su sucesor, el demócrata Woodrow Wilson, premiado en 1919 con el Nobel de la Paz por crear la Sociedad de las Naciones, la matriz de la ONU actual.

Elon Musk se metió en la política europea con apoyo a grupos de ultraderecha. Foto. REUTERS  Elon Musk se metió en la política europea con apoyo a grupos de ultraderecha. Foto. REUTERS

Para el republicano, que también tuvo su Nobel aun antes por cesar la guerra chino-japonesa, la política internacional se sostenía en cambio en los balances de poder, dirigidos a impedir la preponderancia de un país sobre otros, y en las esferas de influencia. Un concepto, este último, con el cual coincidiría el líder ruso que asume que los países de su vecindario deben alinearse con Moscú para definir sus políticas internacionales y económicas.

Roosevelt veía la totalidad del mundo bajo esa sombrilla. Lo mismo que, aparentemente, perciben hoy Trump con su mirada transaccional y su extravagante socio Musk. Esa es la amenaza de “riqueza, tecnología y poder” que denuncia Joe Biden sobre el próximo gobierno, convertido en una suerte de Wilson de la época.

La “internacional reaccionaria” como la llamó de modo más duro el francés Emmanuel Macron, un líder liberal, aplaudido a la distancia por el mandatario alemán, Olaf Scholz, otro liberal. Esos antiguos enemigos nacionales, luego forjadores de la Unión Europea, confrontan hoy una ofensiva rapaz de este capítulo norteamericano que juega a favor de sus enemigos internos hacia la derecha extrema, el lepenismo en Francia y la filo nazi Alternative für Deutschland en Alemania.

La candidata de esta fuerza para el comicio germano adelantado del 23 de febrero, propone derribar los molinos de viento de energía eólica en repudio a las políticas medioambientales que serían comunistas, expulsar a los indocumentados, cesar las políticas de género, aun siendo ella lesbiana y en pareja con una inmigrante de Sri Lanka, y reanudar el vínculo con Putin para obtener gas a precios de saldo reviviendo el gigantesco gasoducto Nord Stream 2, anulado por la guerra.

Un nuevo mundo

Aunque parezca todo exagerado, se justifica la preocupación sobre las arengas de Trump porque también anuncian un nuevo mundo, cuya evolución y límites dependerá, como señalan algunos analistas, de la presencia de adultos en la sala. Algo de eso ya se ve con la aclaración del senador James Lankfor, no precisamente un moderado, quien avisó que los 10 millones de inmigrantes a ser expulsados inmediatamente, serán en realidad un millón, concentrados en quienes tienen antecedentes penales o los que cruzaron la frontera últimamente.

El guard rail se explica porque una pérdida tan enorme de mano de obra impactaría en el costo de vida por el alza de los salarios. También hay un parate en la promocionada solución inmediata de la guerra en Ucrania. Rusia no puede ganar en todo lo que pretende porque no es posible subestimar el eje que conforma junto a China, Norcorea e Irán. “La cooperación entre los cuatro es real y peligrosa”, advierte The Economist y aconseja: “China también es un caso atípico, tiene interés en un orden internacional estable. Los otros tres tienen poco que perder”.

En el mismo plano, el accidentado acuerdo de cese del fuego entre Israel y Hamas para iniciar la liberación de rehenes, aun con sus dificultades, forma parte de ese realismo. Los asesores de Trump forzaron el pacto en alianza con los de Biden, horas antes de la jura del magnate, lo que anticipa limitaciones en el vínculo con el actual gobierno israelí.

La intención es no perder la enorme oportunidad que abrió la caída de la dictadura de Assad en Siria y la derrota simultánea de los grupos terroristas respaldados por Irán. El camino a un acuerdo total de Israel con los países árabes está sobre la mesa y en especial mucho más cerca el premio mayor que es Arabia Saudita.

El gran tema es la salida nacional palestina que ya fue defendida por el pomposo “acuerdo del siglo” del primer gobierno trumpista. Por eso hay furia e impotencia entre los líderes supremacistas de Israel. Pero los adultos en la sala parecen estar a cargo. Veremos.

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