CIUDAD DE PANAMÁ.- “Estamos condenados a vivir bajo el paraguas del Pentágono”, profetizó el general Omar Torrijos tras firmar en el siglo pasado los acuerdos con Jimmy Carter, que tanto cambiaron la historia de Panamá. El país centroamericano comenzó el año 2000 con la soberanía plena del canal que atraviesa su territorio, construido y administrado por Estados Unidos desde 1914 hasta esa fecha.
El mismo paraguas que facilitó la separación panameña de Colombia y la caída del narcodictador Manuel Noriega, tras la invasión estadounidense de 1989, se ha transformado hoy en una tormenta impredecible. Empujado por el pulso hegemónico con China, en medio de la construcción de un nuevo orden mundial, y con ciertas rencillas personales de por medio, Donald Trump amenaza con recuperar el Canal de Panamá, incluso a través de una invasión militar.
Con ese mandato debuta este domingo el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, con su primera gira internacional. Y lo hace precisamente en Panamá, principal aliado de Washington en la región aunque parezca mentira.
Una radiografía urgente del país centroamericano confirma que está cargado de razones, no sólo para demostrar su soberanía plena sobre el canal, sino también para mantener relaciones privilegiadas con Estado Unidos. Incluso su moneda oficial es el dólar. A su favor, el apoyo unánime de la comunidad internacional, así como el reconocimiento a la gestión de la Autoridad del Canal, uno de los enclaves más estratégicos del continente, los 82 kilómetros navegables en la parte más estrecha del istmo, que unen el Mar Caribe y el Océano Pacífico y por donde pasa el 3% del comercio mundial.
El puñetazo al hígado nacional se sintió como nunca. El presidente conservador José Raúl Mulino reaccionó contundente al principio, pero llevado por la estrategia de ‘cabeza fría’ empleada por la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, se ha preparado para recibir a Rubio: “El canal es y seguirá siendo de Panamá. No existe ningún tipo de pugna, ningún tipo de confrontación. Es con Estados Unidos la relación privilegiada que tenemos, no es con China”.
Más claro no puede hablar un gobierno, en cuyo seno están convencidos de que cerrarán la crisis sin perjudicar a su economía, cuyo PBI depende en un 20% del canal y sus negocios paralelos.
¿Qué mueve entonces a Trump a situar al Canal de Panamá, como a Groenlandia, en el centro de su agenda desencadenada? LA NACION consultó a expertos, analistas, políticos e historiadores para buscar una respuesta a la espera de las exigencias de Rubio. En principio, a Trump le motiva un cóctel que mezcla estrategia geopolítica, ambiciones económicas y cierta inquina personal. El ego del magnate resultó herido durante el litigio que mantuvo con sus antiguos socios de la Torre Trump, el rascacielos ocupado hoy por el Hotel Marriot en Punta Pacífica, a pies de la Bahía de Panama City. La familia Trump no sólo perdió la titularidad del edificio, también un millón de dólares, según sus propios cálculos.
“Trump quiere controlar el Canal de Panamá, es un tema de poder. Siente que puede hacerle bullying a los aliados y que estos se someterán. Con Vladimir Putin y Xi Jinping es más cuidadoso. Realmente es un desastre con repercusiones enormes a nivel global y eso es justamente lo que Trump está buscando: la ruptura total con el orden de la postguerra. Su aspiración es construir un nuevo orden mundial con aliados como Rusia, Hungría y otros”, señaló a LA NACION María Puerta Riera, profesora de gobierno americano en Florida.
Para apoyar su presión contra Panamá, Trump no sólo ha buscado tiempo para ironizar sobre la retirada de carteles escritos en chino en la capital panameña. También disparó con su metralleta de fakes en todas direcciones.
“Todo es mentira, empezando por la supuesta muerte de 38.000 estadounidenses durante la construcción del Canal, como ha dicho Trump. Según la documentación histórica, durante 10 años murieron 5611 trabajadores, la mayoría afroantillanos. De ellos, sólo 350 eran estadounidenses”, denunció el historiador Omar Jaén, la memoria más lúcida del istmo y uno de los negociadores de los Tratados Torrijos-Carter.
Lo mismo ocurre con los “precios exorbitantes” para los barcos de Estados Unidos. Falso. Las tarifas son las mismas para todos, incluso sus buques de guerra no hacen la cola de los demás.
Desde el 31 de diciembre de 1999 el tratado vigente sobre el Canal es el de neutralidad, que impone el libre tránsito sin discriminación en tiempos de paz y de guerra. “Panamá, como soberano del Canal, invita a Estados Unidos a ser garante del derecho de libre tránsito. Sólo si Panamá se lo pide pueden intervenir”, aclaró Jaén a LA NACION.
Otro fake de Trump, también muy claro, como la acusación de que soldados chinos ocupan el istmo, fue respondido por la Autoridad del Canal: de los 8500 trabajadores sólo hay tres chinos y no son gerentes.
A favor de las teorías de Trump conspiran la negociaciones turbias del expresidente Juan Carlos Valera, que en 2017 rompió relaciones con Taiwán para echarse en brazos de China, segunda en el ranking de barcos del canal. Las dudas sobre los intereses que movieron al mandatario no han cesado. Lo mismo ocurre con la titularidad de los puertos de Balboa y Cristóbal, a la entrada y a la salida del canal, cuya concesión pertenece a la empresa Panamá Ports, subsidiaria de la empresa de Hong Kong Hutchinson Holdings.
“Panamá no ha mantenido una política cautelosa. El proceso de establecer relaciones diplomáticas con China no fue transparente y estuvo cargado de improvisaciones, además de ir contra el análisis geopolítico. Desde entonces la suma de pequeñas decisiones ha conseguido preocupar a Washington”, desveló a LA NACIÓN Carlos Raúl Moreno, antiguo subadministrador de la Autoridad Marítima de Panamá.
“Vivimos un momento de máxima sensibilidad geopolítica, en los que Panamá debe defender su independencia, pero también jugar con pragmatismo”, advirtió Moreno, quien conoce a fondo los movimientos a favor de empresas chinas, como la concesión del cuarto puente sobre el canal, que enfadan a Washington.