Cuando conducís hacia el río La Bomba de Perú, por un camino accidentado de cuatro horas a través de la selva tropical, solo lo ves delante de ti después de pasar una cima del paisaje, explica Alyssa Kullberg, investigadora postdoctoral en ecología vegetal de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (Suiza). Enormes columnas de vapor se elevan desde un grupo de árboles en la amplia depresión en forma de platillo que hay debajo. “Era tan mágico”, dice, recordando la primera vez que lo vio con sus propios ojos.
El río La Bomba, también conocido como Shanay-timpishka o Hirviente, forma parte de un afluente del centro-este de Perú que conecta con el caudaloso río Amazonas. Las colinas de esta zona fueron peinadas por empresas de combustibles fósiles en busca de reservas de petróleo en la década de 1930, pero los secretos del legendario cauce de agua solo están siendo contados en profundidad ahora por científicos occidentales.
Los investigadores determinaron, por ejemplo, que el río se calienta por fuentes geotérmicas en las profundidades del subsuelo. Kullberg visitó por primera vez este misterioso lugar en 2022 junto con un equipo de Estados Unidos y Perú, entre los que se encontraba Riley Fortier, que actualmente cursa un doctorado en la Universidad de Miami.
Mientras caminaban por la selva, los investigadores observaron algo inusual en la vegetación que les rodeaba. “Para todos nosotros era evidente que había un cambio claro y notable a lo largo del río”, dice Fortier, y agrega: “El bosque parecía más matorral. No había tantos árboles grandes y también parecía un poco más seco, la hojarasca era más crujiente”.
Fortier recuerda el calor que hacía en esta parte de la selva, incluso en la templada Amazonia. Él y otros miembros del equipo se dieron cuenta de que este lugar representaba una posible instantánea de cómo el cambio climático podría alterar el Amazonas, a medida que el calentamiento global eleve la temperatura media del aire por encima de la actual.
En ese sentido, pensaron que el río Hirviente podía considerarse una especie de experimento natural, un posible atisbo del futuro. Pero estudiarlo no iba a ser fácil: “Es como hacer trabajo de campo en una sauna”, explica Fortier.
En un artículo publicado en octubre pasado, Fortier, Kullberg y sus colegas de EE. UU. y Perú describen cómo registraron durante un año la temperatura del aire cerca del río Hirviente utilizando 13 dispositivos de medición de temperatura. Los investigadores los colocaron a lo largo de un tramo del río que incluía zonas más frescas, típicas del bosque. La temperatura media anual osciló entre 24-25 °C en los lugares más fríos y 28-29 °C en las zonas más cálidas.
Las temperaturas máximas del aire registradas en algunos de los lugares más cálidos a lo largo del río Hirviente se aproximaron a los 45 °C. Un análisis anterior -que aún no se publicó en una revista revisada por pares- del científico geotérmico Andrés Ruzo concluyó que la temperatura media del agua es de 86 °C.
El equipo también luchó contra unas condiciones sofocantes para realizar un análisis detallado de las especies vegetales presentes. Estudiaron detenidamente la vegetación en una serie de parcelas muestreadas a lo largo del río y detectaron una correlación importante: donde el río estaba más caliente, la vida vegetal era menos densa y algunas especies estaban ausentes por completo.
“Había mucha menos vegetación en el sotobosque”, afirma Kullberg. “Aunque hay mucho vapor, la vegetación parecía mucho más seca”, agrega. Algunos árboles grandes, como la Guarea grandifolia, una especie de hoja perenne que puede alcanzar los 50 metros de altura, parecían tener dificultades cerca de las partes más calientes del río, por ejemplo.
En general, el calor parecía tener un impacto negativo en la biodiversidad. La gran cantidad de vapor en el aire podría incluso disuadir a los insectos voladores y otros animales de la zona, sugiere Fortier, aunque el estudio del equipo no examinó esto específicamente.
Las especies vegetales que toleran las altas temperaturas son más comunes en las zonas más calurosas, lo cual no es de extrañar, pero al equipo le sorprendió observar este efecto incluso en distancias muy cortas. La longitud total de su zona de estudio no superaba los 2 kilómetros. Además, las partes más calientes del río La Bomba son intermitentes: un puñado de zonas especialmente calurosas aquí y allá.
Los resultados del estudio recomiendan que, en cuanto las temperaturas alcanzan un determinado punto, la vida vegetal responde casi de inmediato. “Me pareció genial”, dice Chris Boulton, de la Universidad de Exeter (Reino Unido), que no participó en el estudio, refiriéndose a la interpretación del equipo del río Hirviente como un experimento natural. “Es algo muy inteligente”, agrega.
El río La Bomba es un ejemplo de cómo podría cambiar la Amazonia en el futuro, afirma Diego Oliveira Brandão, miembro de la secretaría técnico-científica del Panel Científico para la Amazonia, una organización de investigación científica. Añade que le preocupa el impacto que esas consecuencias del cambio climático podrían tener en los pueblos indígenas. “Estas poblaciones dependen de los recursos biológicos”, dice.
Boulton está de acuerdo y señala que los grupos indígenas de la Amazonia ya se enfrentaron a importantes amenazas, como inundaciones y sequías, que en algunos casos se vieron exacerbadas por el cambio climático. Según Rodolfo Nóbrega, de la Universidad de Bristol (EE. UU.), el aumento de las temperaturas en el Amazonas podría amenazar el funcionamiento mismo de muchas plantas, y el río La Bomba lo ilustra a la perfección.
“Al aumentar la temperatura [de la región], aunque haya disponibilidad de agua [cerca], podría reducirse la capacidad fotosintética de las plantas”, señala. “Lo que creo que está ocurriendo es que las plantas se están estresando por la temperatura aunque haya agua cerca”, suma. Sin embargo, señala que los autores del estudio no midieron la temperatura ni la abundancia de agua subterránea.
Kullberg dice que, aunque el río da muestra de cómo el aumento de las temperaturas podría afectar a la biodiversidad y al crecimiento de las plantas, es importante recordar que esta parte del Amazonas podría no reflejar exactamente el futuro de la selva tropical en un sentido amplio. Por ejemplo, no cabría esperar tanto vapor en ningún otro lugar. Y los grandes efectos meteorológicos, como los cambios en las tormentas o las precipitaciones, también influirán en cómo evolucione la selva en su conjunto en los próximos años.
Hay otra razón por la que el río Hirviente podría no representar plenamente las condiciones de la cuenca amazónica en general bajo la influencia de un mayor cambio climático. Nóbrega señala que el Amazonas es un lugar enorme. Abarca porciones de nueve países diferentes, entre ellos Brasil, Perú, Bolivia, Colombia y Guayana Francesa.
En total, tiene una superficie de más de 6,7 millones de km². “Lo que se encuentra en una zona puede no ser científicamente relevante para otra que tenga otro régimen de lluvias u otra distribución de plantas”, explica. Anteriormente, Boulton y sus colegas habían estudiado la posibilidad de que el Amazonas estuviera alcanzando un “punto de inflexión”, un momento en el que el cambio climático y la deforestación forzarían al bosque a un rápido declive.
“Podríamos asistir a una muerte súbita de los árboles, quizá a lo largo de una década”, afirma Boulton. Pero la Amazonia no solo se está volviendo más cálida y seca a causa del cambio climático. Un problema especialmente insidioso es la deforestación, que puede cortar los ríos atmosféricos que fluyen en el aire por encima del bosque. De otro modo, estos ríos aportarían humedad al bosque en forma de precipitaciones. “Si talas árboles, arruinas ese vínculo; básicamente lo haces más seco”, expone.
Un importante informe sobre varios puntos de inflexión globales publicado en 2023, del que son autores más de 200 investigadores, entre ellos Boulton, analizaba el riesgo de que la selva amazónica se pudiera convertir pronto en un lugar mucho más seco, algo parecido a la sabana y no a la selva. Sin embargo, el estudio del río La Bomba nos permite hacernos una idea de qué especies tienen más probabilidades de sobrevivir en estas nuevas y duras condiciones, sugiere Fortier.
Señala el ejemplo de la Ceiba gigante (Ceiba lupuna), que puede alcanzar los 50 metros de altura. Según Kullberg, este árbol pareció resistir las altas temperaturas cerca del río, una observación respaldada por investigaciones anteriores. Señala que la Ceiba puede almacenar agua en su tronco, lo que le ayuda a sobrevivir en condiciones de sequía.
Según Fortier, la confirmación de que determinadas plantas pueden resistir el entorno extremo del río La Bomba podría ayudar a los conservacionistas a decidir qué partes de la selva tropical requieren mayor protección. Quizá incluso sea posible mantener microclimas más benignos bajo un manto forestal formado por especies resistentes, añade Kullberg.
Boulton considera que proteger la Amazonía es proteger a la humanidad mucho más allá de la propia selva. El riesgo es que, si la selva alcanza un punto de inflexión catastrófico a partir del cual empiece a morir rápidamente, el mundo entero sufrirá las consecuencias. “Si la selva desaparece, gran parte de ese carbono pasará a la atmósfera y afectará al clima”, afirma. “No es solo local, es global”, dice. El río La Bomba, por tanto, no es solo una mirada al futuro. Es también una advertencia.
Por Chris Baraniuk