Giorgia Meloni, premier del gobierno y protagonista de la política italiana en el plano europeo, tiene en sus manos la papa ardiente del caso de la periodista italiana Cecilia Sala, presa en Teherán desde del 19 de diciembre, cuando estaba por regresar a Roma. Pero también, otro caso-bomba: el sistema de satélites Starlink, un negocio enorme y delicado de 1.500 millones de dólares. El arresto de Sala y sus complicaciones fue la razón que convirtió en apremiante su viaje relámpago de hace dos madrugadas para encontrarse con el presidente electo norteamericano Donald Trump en Estados Unidos.
De vuelta a Roma Meloni, ahora, tiene que pensar en la llegada de la familia Biden. El presidente, que pasará la mano a Trump el lunes 20, estará en Roma entre el próximo jueves y el sábado 11. La razón central es que los Biden son una familia católica muy amiga del papa Francisco que los consoló cuando ocurrió la muerte de uno de sus hijos de Biden, enfermo de cáncer. Los Biden quieren despedirse personalmente de Jorge Bergoglio.
Este deseo de la familia Biden ha obligado a Estados Unidos a hacer también una visita oficial a Italia en un momento poco oportuno para la primera ministra Giorgia Meloni, que además volverá a ver a Donald Trump en Washington invitada por Donald Trump a su asunción en el cargo presidencial.
El arresto de Cecilia Sala
El tema del arresto sin acusaciones concretas de la periodista Cecilia Sala, luce claramente como una medida concreta para presionar al gobierno italiano, que tres días antes de la detención de la joven había arrestado en el aeropuerto de Milán al ingeniero iraní Mohamed Abdini, por un pedido de extradición de Estados Unidos, que lo acusa de terrorismo.
El gobierno de Iran afirma que la prisión de Sara, que hasta ahora no ha sido formalmente acusada de ningún delito en los días en que estuvo en Teherán -haciendo entrevistas autorizadas por el régimen-, no es un chantaje a los italianos. Pero el dilema de Giorgia Meloni es cómo hacer para negar el reclamo de los iraníes de que Italia rechace la extradición reclamada por Estados Unidos, que arriesgaría Roma a un duro encontronazo con Washington en un momento tan particular.
La mano de Elon Musk
Cuando se supo que la jefa del gobierno italiano estaba en viaje a Mar-a-Lago, la residencia veraniega de Trump, brotó la versión de que el multimillonario Elon Musk, uno de los principales asesores del reelegido presidente, había hecho de facilitador del encuentro. Musk no se mostró en la residencia de Trump cuando estuvo Meloni, pero no negó su intervención.
Esto sirvió para poner de relieve al otro caso que complica la vida a la derechista jefa del gobierno italiano y comienza a agitar a la oposición de centroizquierda. Se trata de un grueso tema: el de los satélites Starlink. Un ambicioso negocio de 1.500 millones de dólares. La oposición ya lo calificó como el “Musk gate”.
Rápidamente Musk hizo saber que la oferta de los satélites Starlink esta siendo ofrecido también a muchos otros países.
Para acallar las protestas, ya se aclaró que el proyecto está confinado al ámbito militar y diplomático. Casi nada. Abarca los servicios satelitales Direct-to-Cell que consisten en el acceso universal a comunicaciones voz, textos e Internet a cualquiera que este en la tierra firme, lagos y aguas costeras.
El riesgo es que la sociedad norteamericana de Musk controle los metadatos de las conversaciones privadas que pueden correr por el sistema de telecomunicaciones encriptadas garantizadas por los satélites de Starlink.
Meloni aseguró que ningún acuerdo ha sido firmado. El gobierno no puede firmar en autonomía un contrato multimillonario con una empresa privada. Esta evaluando el proyecto con los órganos competentes del Estado.
Un tema tan delicado debe pasar primero por el Parlamento. La oferta de Musk está sobre la mesa de Roma como de otras capitales europeas. “Starlink está sondeando decenas de países”, asegura una fuente del multimillonario tan vecino a Trump y amigo de Giorgia Meloni.