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No hay forma de huir del riesgo de los incendios forestales


Hace treinta años, el historiador y crítico Mike Davis publicó “The Case for Letting Malibu Burn” (“El argumento a favor de dejar que arda Malibú”), un ensayo clásico que cuestionaba los ingentes recursos gastados en combatir los incendios y reconstruir mansiones en un entorno que, con toda seguridad, volvería a incendiarse.

Las ideas de Davis resultaron impactantes cuando se publicó el ensayo, pero los acontecimientos de los últimos años han convencido a mucha gente de compartir su forma de pensar.

Tras el incendio Dixie de 2021 en la zona rural del norte de California, una serie de artículos de opinión de Los Angeles Times planteó la posibilidad de abandonar los pueblos pequeños propensos a los incendios en favor de ciudades supuestamente más defendibles.

Ahora, mientras los incendios forestales queman el área metropolitana de Los Ángeles, algunos comentaristas cuestionan la conveniencia de reconstruir.

Marialyce Pedersen sentada junto a su hijo Soren Muniz en su cocina al aire libre hecha de cob que sobrevivió al incendio de Eaton cuando su casa se quemó en Altadena, California, EE.UU. 20 de enero 2025. REUTERS/Fred Greaves

Se preguntan si ha llegado el momento de una “retirada controlada” de los incendios forestales.

Necesitamos tener un debate serio sobre cómo convivir con el fuego en esta nueva era.

Los incendios forestales actuales dejan claro que “dejar que todo arda” no es una respuesta realista ni humana a la destrucción de hogares y comunidades, ni en zonas urbanas ni rurales.

Estos incendios también dejan claro que la idea de una huida a gran escala del riesgo de los incendios es una fantasía.

En cambio, necesitamos una mayor inversión en la preparación de nuestros edificios y experimentos comunitarios para hallar nuevas formas de proteger los vecindarios.

Como académicos, hemos pasado los dos últimos años estudiando cómo podría funcionar la retirada controlada de los incendios forestales.

Conocida sobre todo como respuesta a las inundaciones, la retirada controlada suele implicar la compra por parte del gobierno de propiedades individuales y, a veces, la reubicación colectiva de zonas de alto riesgo.

Aunque la retirada controlada es objeto de importantes investigaciones y programas gubernamentales en el contexto de las inundaciones, hay muy pocos precedentes de su aplicación en respuesta a incendios forestales.

Descubrimos que esta estrategia podría toparse con muchos posibles obstáculos.

En algunos lugares, la retirada podría empeorar el peligro de que haya incendios.

En todo el país, unos 44 millones de casas ocupan lo que ahora se conoce como la interfaz urbano-forestal, los lugares donde las viviendas y los espacios abiertos se encuentran en una mezcla extremadamente inflamable.

Esta cifra va en aumento, en parte debido a la escasez de viviendas asequibles en las ciudades.

A menudo se ha pensado que los incendios forestales son un problema de las zonas rurales o de los pueblos pequeños, pero las condiciones ambientales cambiantes también están poniendo a las ciudades en peligro, como demuestran el aumento de los incendios de rápida propagación y la reciente prevalencia de conflagraciones urbanas, incluso en la ciudad de Nueva York y el estado de Nueva Jersey.

Consensos

La mayoría de las labores de retirada en Estados Unidos requieren el consentimiento de los residentes (aunque la opinión de los arrendatarios suele importar menos que la de los propietarios).

Es demasiado pronto para saber qué quieren hacer las personas cuyas casas perecieron en los últimos incendios:

¿Querrán volver y reconstruir, como se ha preferido tras incendios anteriores, o querrán ayuda del gobierno para restablecerse en otro lugar?

Cuando se han emprendido estrategias de retirada para tratar de mitigar el riesgo de inundaciones, la participación desigual y la falta de planificación a largo plazo han producido mosaicos de casas que permanecieron de pie y terrenos vacíos y abandonados.

Daniel Shemtob, miembro de World Central Kitchen Chef Corp, arriba a la izquierda, y Benton Atkisson, a la derecha, atienden a un miembro de la Guardia Nacional de California desde su camión de comida, The Lime Truck, mientras reparte burritos a los socorristas del Eaton Fire en el estadio Rose Bowl, el miércoles 15 de enero de 2025, en Pasadena, California (AP Photo/Carolyn Kaster).Daniel Shemtob, miembro de World Central Kitchen Chef Corp, arriba a la izquierda, y Benton Atkisson, a la derecha, atienden a un miembro de la Guardia Nacional de California desde su camión de comida, The Lime Truck, mientras reparte burritos a los socorristas del Eaton Fire en el estadio Rose Bowl, el miércoles 15 de enero de 2025, en Pasadena, California (AP Photo/Carolyn Kaster).

En zonas de por sí vulnerables a incendios, un paisaje tan irregular de propiedades habitadas y maleza sería una pesadilla, pues solo añadiría combustible de la misma forma que lo hicieron las tierras agrícolas abandonadas en Maui en el incendio de Lahaina de 2023.

Cualquier plan serio para una retirada más cohesiva (por ejemplo, comprar bloques enteros de casas para formar una zona amortiguadora de protección) requeriría invertir en los terrenos que los propietarios dejan atrás, para garantizar que los lotes baldíos no se conviertan en montones enormes de leña.

Incluso una zona amortiguadora bien gestionada podría ser insuficiente contra las feroces tormentas de fuego que hemos visto recientemente, en las que brasas voladoras prendieron fuego a casas situadas kilómetros a sotavento.

Luego está la cuestión de dónde reubicar a la gente.

Una retirada controlada que no vaya acompañada de una inversión importante en la creación de fuentes de vivienda seguras, sostenibles y asequibles podría agravar una crisis de vivienda que ya es monumental.

En el mercado de vivienda competitivo y caro de Los Ángeles, quienes perdieron sus casas ya tienen apuro por encontrar un lugar donde vivir.

No todos lo conseguirán.

Tras los incendios forestales de 2017 en el norte de California, aumentó la población sin vivienda.

Muchos de los más afectados serán inquilinos, una “población olvidada” en la mayoría de los debates sobre retirada controlada.

Para apoyar la recuperación y la planificación en toda la comunidad, es imprescindible contar con políticas que disminuyan el riesgo de desplazamiento:

por ejemplo, moratorias a los desalojos y congelación de alquileres, como se vio durante la pandemia de COVID-19, así como protecciones más sostenidas para los arrendatarios.

Estos incendios tendrán importantes repercusiones en el tambaleante sector de los seguros inmobiliarios de California, pues harán las viviendas aún menos asequibles al aumentar los gastos anuales que implica la propiedad de una vivienda.

Podemos esperar que estos costos expulsen a más personas del mercado y las orillen a situaciones de vida más precarias y vulnerables.

Entonces, ¿cuáles son las alternativas a la retirada controlada para las comunidades que enfrentan riesgos de incendio?

Lo que estamos viendo ahora es una retirada no controlada, un desplazamiento caótico y doméstico.

Existe una tercera opción más sostenible:

en lugar de soñar que podemos retirarnos para salir de la crisis, debemos volver a aprender, y aprender de cero, a convivir con el fuego.

Ya se sabe que muchas estrategias ayudan:

fortalecer las casas, cultivar paisajes residenciales resistentes al fuego, crear espacios defendibles, realizar quemas prescritas, soterrar los cables eléctricos, invertir en organizaciones comunitarias que puedan ayudar a difundir información, y escuchar y aprender de las experiencias de residentes, trabajadores y bomberos.

Otras estrategias, como el diseño de edificios para refugio, requieren más investigación.

Todas estas estrategias requieren inversiones, muchas de las cuales están muy por debajo del nivel necesario, como destaca un informe federal reciente.

Las pérdidas ocasionadas por los incendios forestales en el área metropolitana de Los Ángeles serán difíciles de soportar.

También lo será el costo de adaptarnos al cambio climático, desde los ajustes en las viviendas individuales hasta la construcción de diques multimillonarios.

La cuestión de quién debe asumir estos costos es un debate importante.

Pero nadie debe confundir la retirada controlada con una alternativa de bajo costo o sin costo alguno.

Si se hace bien, es una inversión importante, que no puede ampliarse fácilmente a las decenas de millones de personas que viven en lugares propensos a los incendios.

El ensayo de Mike Davis presentó la destrucción de los incendios forestales como una aflicción de ricos.

Después de que el incendio Camp Fire de 2018 destruyó el pueblo de Paradise, Davis añadió una posdata.

“Dos tipos de californianos seguirán viviendo con el fuego:

los que pueden costear (con subvenciones públicas indirectas) una reconstrucción y los que no pueden darse el lujo de vivir en ningún otro sitio”, escribió.

Este futuro no es inevitable.

Con mansiones, departamentos, casas móviles y residencias de clase media desde Malibú hasta Altadena reducidos a cenizas, todos debemos aprender a vivir con el fuego.

Es nuestra responsabilidad compartida luchar por políticas y ayudas que apoyen de forma significativa a las comunidades devastadas, en lugar de imaginar que podemos huir para ponernos a salvo.

c.2025 The New York Times Company

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