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Poder, dinero, amenazas y territorio: cómo Trump sacudió al mundo en 50 días


WASHINGTON.- En apenas 50 días, el presidente Donald Trump ha hecho más que cualquiera de sus predecesores de la era moderna para derruir los cimientos de un sistema internacional que Estados Unidos erigió laboriosamente en los 80 años transcurridos desde que emergió victorioso de la Segunda Guerra Mundial.

Sin informar formalmente un cambio de rumbo ni ofrecer una justificación estratégica, Trump ha empujado a Estados Unidos a pasarse de bando en la guerra de Ucrania, abandonando cualquier intento de ayudar a una democracia incipiente y deficiente a defender sus fronteras contra un invasor de mayor porte. No dudó en ordenar que Estados Unidos votara con Rusia y Corea del Norte —y en contra de prácticamente todos sus aliados tradicionales— para bloquear una resolución de la ONU que identificaba a Rusia como el agresor.

Sus amenazas de apropiarse del Canal de Panamá, Groenlandia, la Franja de Gaza y, aunque suene increíble, Canadá, suenan depredatorias, incluida su afirmación del martes de que la frontera de Estados Unidos con su vecino y aliado del norte es una “línea artificial de separación”.

El presidente Donald Trump, en el Capitolio, en Washington. (AP/Jose Luis Magana)Jose Luis Magana – FR159526 AP

También le cortó a Ucrania el acceso a armas avanzadas y hasta a las imágenes satelitales comerciales de Estados Unidos, en parte como consecuencia de su enfrentamiento con el presidente Volodimir Zelensky en el Salón Oval, pero en gran medida porque el mandatario ucraniano insiste en que Occidente le garantice que acudirá en ayuda de su país si Rusia se recupera y vuelve a invadirlos.

Trump también ha impuesto aranceles a las exportaciones de sus aliados, tras calificarlos de chupasangres de la economía estadounidense. Y ha dañado a tal punto la confianza en Estados Unidos de los aliados de la OTAN que Francia está considerando extender su pequeño paraguas nuclear a toda Europa, y Polonia ya evalúa construir su propia arma atómica. Ambos países temen que ya no se pueda contar con Estados Unidos como máximo defensor de la alianza, un rol fundamental que Estados Unidos mismo se impuso cuando fue redactado el tratado fundacional de la OTAN.

Nadie sabe hasta qué punto Trump logrará destrozar lo que construyeron todos sus predecesores, de Harry Truman en adelante: una era de desarrollo institucional que el secretario de Estado de Truman conmemoró en un libro titulado Presente en la Creación. Vivir en Washington hoy en día es lo contrario: es como estar presente durante la destrucción.

Podrían pasar cuatro años o más antes de que sepamos si estos cambios son permanentes o si los guardianes del viejo sistema se atrincherarán, como soldados que intentan sobrevivir en las trincheras del Donbass. Para entonces, los aliados occidentales habrán dejado atrás el sistema que gira en torno a Estados Unidos.

La escandalosa reunión entre Zelensky, Trump y Vance en el Salón Oval de la Casa Blanca DOUG MILLS – NYTNS

O como dijo recientemente el politólogo Joseph S. Nye Jr., conocido por su trabajo sobre la naturaleza del poder blando: “Trump está tan obsesionado con los que viajan gratis que se olvida de que a Estados Unidos le convino mucho ser el chofer del micro”.

Pero quizás lo más notable es que Trump está socavando el viejo orden sin siquiera explicar con qué sistema imagina reemplazarlo. Sus acciones sugieren que se siente más cómodo en el mundo político decimonónico de las grandes potencias, donde él, Vladimir Putin y Xi Jinping negocian entre ellos y dejan que las potencias menores se vayan alineando.

Presión total

Trump ya se atribuye el éxito. Para sus defensores, el acuerdo que dio Ucrania el martes a una propuesta de alto el fuego temporal, que Rusia aún no ha aceptado, parece demostrar que el escándalo y la presión de Trump sobre Zelensky valió la pena. Pero los historiadores tal vez lleguen a la conclusión de que estos 50 días del segundo mandato de Trump fueron cruciales por razones que poco tienen que ver con Ucrania.

“La gran pregunta ahora es si se trata de una maniobra táctica para remodelar nuestra política exterior o de una revolución”, dice Nicholas Burns, embajador de Estados Unidos en China durante la presidencia de Joe Biden y ante la OTAN durante la presidencia de George W. Bush.

“Y he llegado a la conclusión de que es una revolución”, afirmó. “Si votamos con Corea del Norte e Irán contra los aliados de la OTAN, si no hacemos frente a la agresión rusa, si amenazamos con apropiarnos del territorio de nuestros aliados, es porque algo ha cambiado de raíz. Se está rompiendo una confianza con nuestros aliados que quizá nunca podamos recuperar”.

El Canal de Panamá Matias Delacroix – AP

En retrospectiva, la primera señal de que la visión de Trump hacia el mundo sería radicalmente diferente a la que tenía durante su primer mandato apareció una fría mañana de principios de enero en su club Mar-a-Lago, en Florida.

Hacía semanas que su discurso se había vuelto más marcial sobre la toma de control de Groenlandia, debido a su riqueza mineral y su ubicación estratégica cerca de las aguas árticas que utilizan Rusia y China. Pero también aceleró sus demandas de acceso al Canal de Panamá y repitió una y otra vez, hasta que quedó claro que no bromeaba, que Canadá debería convertirse en el 51° estado norteamericano.

En una conferencia de prensa el 7 de enero, dos semanas antes de su asunción, se le preguntó si descartaba el uso de la coerción militar o económica para lograr su objetivo en Groenlandia o Canadá. “No puedo comprometerme a eso”, dijo. “Tal vez haya que hacer algo”.

Fue una amenaza impactante: un presidente entrante que amenazaba con usar el ejército más grande del mundo contra un aliado de la OTAN. Algunos le restaron importancia y lo atribuyeron a la bravuconería de Trump.

Pero en su toma de posesión del cargo, redobló la apuesta. Aseguró que el mundo ya no se aprovecharía de la generosidad de Estados Unidos ni de la seguridad que les garantizaba a sus aliados. Habló de ir en pos del “destino manifiesto” de Estados —un llamado a la acción de la década de 1890—, y elogió a William McKinley, el presidente partidario de los aranceles que ocupó las Filipinas en la Guerra Hispano-Estadounidense.

También habló de la creación de un “Servicio de Impuestos Externos” para “arancelar e imponer impuestos a países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos”. “Nada se interpondrá en nuestro camino”, declaró. Y nada lo ha hecho.

El primer ministro británico Keir Starmer, derecha, y el mandatario francés Emmanuel Macron Justin Tallis – AFP Pool

Pero el mayor giro estaba por llegar: Ucrania. Durante tres años, los demócratas y la mayoría de los republicanos vieron la guerra en Ucrania a través del prisma de la política exterior norteamericana tradicional: Estados Unidos tenía la responsabilidad de defender una democracia en problemas que había sido invadida ilegalmente por una potencia mayor para quedarse con su territorio.

Pero ahora Trump calificó a Zelensky de “dictador”, mientras que se niega a calificar del mismo modo a Putin. Justificó su negativa a considerar a Rusia como la potencia agresora como una medida necesaria para fungir de mediador neutral. Luego, en su primer viaje a Europa, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, declaró que Estados Unidos nunca aceptaría la admisión de Ucrania en la OTAN y que tendría que ceder el territorio perdido tras la agresión rusa.

Con el beneplácito de Trump, a Putin de pronto le habían concedido dos de sus principales exigencias, dejando claro que si Ucrania quería una garantía de seguridad, debía hablar con sus vecinos europeos, pero que Estados Unidos no participaría. Al otro día, Trump dijo que le resultaba más fácil tratar con Rusia que con Ucrania.

“Le dio un giro de 180 grados a la política norteamericana sobre la guerra ruso-ucraniana”, declaró John Bolton, el tercer asesor de Seguridad Nacional del primer mandato de Trump, y quizás el más resentido. “Trump ahora se pone del lado del invasor”.

El secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio Getty Images

Pero Europa se ha encolumnado más fuertemente detrás de los ucranianos, separando básicamente a la mayor potencia de la OTAN de casi todos los otros 31 miembros de la alianza atlántica. Ahora, sus asesores se desvelan, con poco éxito, por encontrarle una lógica que lo justifique.

El secretario de Estado, Marco Rubio, que antes de asumir su cargo actual era un acérrimo detractor de Rusia, ahora intentó explicar que el objetivo de Trump es alejar a Rusia de su creciente alianza con China. No hay pruebas de que eso esté funcionando.

Otros miembros del equipo de seguridad nacional de Trump han hablado de una “Doctrina Monroe 2.0”. Esta sugiere un mundo en el que Estados Unidos, China, Rusia y quizás Arabia Saudita asuman la responsabilidad de sus distintas esferas de influencia, algo así como la Conferencia de Yalta tras el fin de la primera guerra.

Por supuesto que ese siempre ha sido el sueño de Putin, porque acrecentaría el poder global de su empobrecido Estado. Pero como dijo el otro día el expresidente ruso Dimitry Medvedev en las redes sociales: “Si hace apenas tres meses me hubieran dicho que esas palabras habían salido de boca de un presidente norteamericano, me habría reído a carcajadas”.

David Sanger

Traducción de Jaime Arrambide

The New York Times

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