México volvió a recurrir al mercado japonés. El 22 de agosto, el país colocó allí unos 152.200 millones de yenes (unos US$1040 millones) a través del instrumento financiero conocido como bono samurái, según informó su Secretaría de Hacienda y Crédito. No es la primera vez que ese país se financia en Japón, aunque esta vez había mayores expectativas, ya que el déficit fiscal mexicano, ahora en niveles no alcanzados en más de 30 años, comenzó a generar inquietud entre analistas e inversores.
El gobierno mexicano recurre periódicamente a este medio. Aproximadamente cada dos años, bonos samurái mexicanos se liberan en el mercado japonés. Pero, ¿qué son estos instrumentos financieros, usados también por otros países de América Latina, y qué ventajas ofrecen?
Los bonos samurái son unos bonos emitidos por entidades extranjeras en el mercado japonés, bajo la regulación local y denominados en yenes, la moneda del país. Muchas compañías y gobiernos extranjeros recurren a ellos porque les permiten conseguir capital de inversores atraídos por los bonos dentro de Japón.
El bono samurái surgió de la necesidad de abrir el mercado japonés después de que en la década de 1960 se hubieran acumulado en ese país grandes reservas en divisa y sus autoridades sufrieran cada vez más presiones para elevar el valor del yen, entonces atado a un tipo de cambio fijo.
En 1970, el Banco Asiático de Desarrollo, un ente financiero internacional creado pocos años antes para promover el crecimiento y reducir la pobreza en Asia, emitió el primer bono samurái, a lo que luego siguieron otras medidas liberalizadoras.
Uno de los atractivos de estos bonos es que permiten a entidades extranjeras acceder al mercado japonés, en el que históricamente rigen tipos de interés más bajos que en otros grandes mercados globales, lo que abarata los costes de financiación. En otras palabras, quien se endeuda en bonos samurái en Japón pagará menos intereses de los que pagaría en Estados Unidos, Europa o China.
Las muchas entidades occidentales que, como el gobierno mexicano, recurren a ellos, se benefician además de la menor volatilidad del mercado japonés, donde las cotizaciones suelen oscilar menos que en otros. Además, el bajo valor del yen en comparación con el dólar o el euro también aligera la carga de la deuda emitida en esa moneda.
Aunque no todo son ventajas. El mercado de bonos samurái está sujeto a una elevada fiscalidad y las reglas, plazos y condiciones para operar con ellos son comparativamente rígidas. Otro problema son los elevados gastos administrativos asociados a estas inversiones.
Esos bonos son un instrumento habitual de la política fiscal de las autoridades mexicanas. Como otros países, México los utiliza hace tiempo como una forma de diversificar su deuda externa. Elijah Oliveros, economista especializado en América Latina de la agencia de calificación S&P Global, le dijo a BBC Mundo que “la decisión de recurrir a los bonos samurái obedece a una cuestión de manejo de riesgos, ya que permiten expandir la base de inversionistas”.
“También facilita crear una curva de rendimiento que servirá como referencia para los emisores corporativos que también quieran financiarse en Japón”, agregó la especialista. Es decir, que la presencia de bonos de deuda federal en el mercado japonés abre el camino a entidades privadas que también quieran financiarse en Japón y la rentabilidad ofrecida por los títulos de deuda pública servirá como referencia para los que ellas quieran colocar.
Y un informe de la agencia Fitch detectó que en 2022 un 7% de los bonos sostenibles, los declarados vinculados a proyectos sociales y medioambientales, que fueron emitidos en Japón lo fueron por entidades extranjeras, entre las que había numerosas empresas. El informe destacaba a Bolivia, Chile, y Honduras, además de México, como los países de origen de las entidades emisoras de esos bonos.
El Estado mexicano lleva años emitiendo bonos samurái en el mercado nipón, lo que lo convirtió allí en “el mayor emisor internacional de bonos sostenibles soberanos, solo por detrás del gobierno japonés”, según la Secretaría de Hacienda y Crédito mexicana. Y, según la agencia de calificación Moody’s, México se convirtió en 2014 en el primer país de América Latina en emitir un bono samurái con vencimiento en 20 años.
Uruguay siguió sus pasos años después y en diciembre de 2021 se convirtió en el segundo país de la región en hacerlo al emitir bonos samurái por un valor de 50 mil millones de yenes, unos US$442 millones al cambio de entonces.
Fuera de América Latina, muchos otros países, sobre todo entre los denominados emergentes, buscan financiación en el mercado japonés y colocan sus títulos de deuda en él. Se trata de una práctica habitual a la que en los últimos años recurrieron países como Hungría, Indonesia o Filipinas.
Y aunque los más de US$1040 millones en esta última colocación puedan parecer una cantidad muy alta, en realidad representan un porcentaje muy pequeño del total de US$219.000 millones en que se estima la deuda externa total de México. El 75% del total de esa deuda está en pesos mexicanos. Del 25% restante denominado en divisas, solo un 3% está en yenes. Muy poco si se compara con el 75% que se estima que México debe en dólares. Oliveros resumió: “Se llega a la conclusión de que el peso de los bonos samurái es muy pequeño”.
La Hacienda mexicana emitió los bonos en cinco colocaciones a plazos de tres, cinco, siete, diez y 20 años, y pagará unas tasas de 1,43%, 1,72%, 1,88%, 2,27% y 2,93%, respectivamente. Los fondos obtenidos con esta nueva emisión de deuda se invertirán en proyectos encaminados a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, según anunció la Secretaría de Hacienda y Crédito.
Para Oliveros, el resultado “no fue sorpresivo” y las autoridades mexicanas pudieron llevar a cabo su plan de financiación sin mayores sobresaltos. Aunque la reciente e inusual decisión del Banco de Japón de elevar los tipos de interés de referencia de 0% al 0,25% encareció la operación.
La mayoría de analistas interpretaron que la colocación de los bonos samurái mexicanos en el mercado japonés muestra el apetito de los inversores que operan en él por activos de mayor riesgo, como los títulos de deuda de países emergentes como México.
Aunque la emisión en bonos samuráis tiene un peso marginal en el total de la deuda externa de México, su sostenibilidad fiscal a medio plazo empieza a ser cuestionada. Según los datos oficiales, el déficit fiscal federal superará el 5% en 2024, su nivel más alto en más de treinta años, lo que provocó la inquietud entre analistas y observadores de la realidad mexicana.
Los generosos subsidios aprobados por el presidente Andrés Manuel López Obrador, junto con dos costosos proyectos de los que hizo bandera, el llamado Tren Maya y la refinería Dos Bocas que la petrolera estatal construye en el estado de Tabasco, elevaron significativamente el gasto público en los últimos años. El reciente aumento del déficit rompe la tendencia de décadas de rigor presupuestario.
Tras las graves crisis financieras acaecidas en 1976, 1982 y 1994, los sucesivos gobiernos mexicanos empezaron a mostrar un mayor compromiso con el equilibrio fiscal y el país se convirtió en uno de los más estables de América Latina en términos macroeconómicos. Como resultado, la deuda que acumula México asciende a un 45% de su Producto Interno Bruto anual, cuando la media de los países de la región ronda el 70%, según los datos de la consultora Deloitte.
No se vislumbra un crack financiero a corto plazo en México. Si fuera así, probablemente el país hubiera tenido muchas más dificultades en su última colocación de bonos samuráis. Pero sí hay trabajo por hacer para evitar que un déficit excesivo se consolide como fórmula para financiar el endeudamiento y eso lleve a mayores apuros. La presidenta electa, Claudia Sheinbaum, que asumirá el cargo el 1 de octubre, se comprometió a reducir el déficit, pero no dio detalles y se desconoce cómo lo hará.
Por Guillermo D. Olmo