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Un cable secreto y una pista sobre dónde descarrilaron las relaciones entre EE.UU. y Rusia


Era marzo de 1994, más de dos años después de la desintegración de la Unión Soviética, y los debates en la Embajada de Estados Unidos en Moscú eran acalorados.

Los diplomáticos del sector económico, respaldados por el Departamento del Tesoro en Washington, argumentaron ardientemente que las reformas radicales de libre mercado eran el único camino para la Rusia postsoviética, y que la democracia seguramente vendría después.

Los asesores políticos creían, con la misma pasión, que esa “terapia de choque” sólo empeoraría la devastadora dislocación que los rusos ya estaban sufriendo con el colapso de la Unión Soviética.

El pueblo ruso, advirtieron, terminaría culpando a Estados Unidos —y a la democracia misma— por sus problemas.

El presidente ruso Vladimir Putin, conversa con el ex presidente soviético Mijail Gorbachov al comienzo de una conferencia de prensa en el castillo de Gottorf en Schleswig, norte de Alemania, el martes 21 de diciembre de 2004. Uno defendía la libertad, la apertura, la paz y el acercamiento al mundo exterior. El otro encarcela a los críticos, amordaza a los periodistas, aísla aún más a su país y libra el conflicto más sangriento de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Éstos son los marcadores de la historia entre Mijaíl Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética, y Vladimir Putin, presidente de Rusia. (Carsten Rehder/dpa vía AP, Archivo)

En el calor del debate, E. Wayne Merry, el principal analista político de la embajada y uno de los críticos más enérgicos de la terapia de choque, expuso argumentos detallados en su contra en un largo cable provocadoramente titulado “¿De quién es Rusia, en definitiva?”. “Hacia una política de respeto benigno”.

En un ensayo publicado el mes pasado sobre el cable, Merry sostuvo que en aquel entonces Estados Unidos estaba cayendo en la vieja falacia de intentar comprender a un país extranjero “mirándose en el espejo”.

El impulso a las reformas de libre mercado en un país sin ninguna experiencia de economía de mercado o democracia fue, escribió, “un caso especialmente virulento de instituciones de Washington tratando de meter una clavija cuadrada extranjera en un agujero redondo estadounidense”.

Motivos

Merry, ahora miembro senior del Consejo de Política Exterior de Estados Unidos, dijo en una entrevista:

“¿Por qué terminé escribiendo esos 70 párrafos? Había estado escribiendo sobre estos temas durante dos años y medio, y me frustraba mucho que nadie en Washington estuviera interesado en nada más que la teoría económica que venía de Harvard”.

Estaba tan frustrado que, añadió, “decidí que era mi deber como jefe de Pol/Int” —el departamento político/interno de la embajada— “contarle a Washington lo que estaba pasando”.

Pero el personal superior de la embajada seguía dudando sobre cómo atribuir oficialmente el cable, así que, por frustración, dijo, Merry lo envió a través de lo que se conoce como el canal de disidencia, un canal secundario al Departamento de Estado creado durante la Guerra de Vietnam para permitir que los diplomáticos que diferían de la política estadounidense registraran sus puntos de vista.

El extenso cable y una breve refutación del Departamento de Estado fueron debidamente enviados al contenedor sellado de secretos oficiales.

Marca

Pero el cable no quedó olvidado.

Durante años, los expertos rusos del Archivo de Seguridad Nacional, una institución sin fines de lucro que publica documentos gubernamentales desclasificados, persiguieron lo que llegó a conocerse como el «largo cable de Wayne Merry», un guiño al célebre «Largo cable» de George Kennan de 1946 que dio forma a la política estadounidense hacia la Unión Soviética en la Guerra Fría.

El archivo finalmente logró publicar el cable en diciembre.

El texto completo, junto con su fascinante historia, está disponible en el sitio web del archivo.

Polémicas

Revisitar esos debates nos hace recordar la desgarradora transición de los años 1990.

Los intentos de reformas de mercado habían dejado a gran parte de la población en la indigencia y al gobierno en guerra consigo mismo.

En octubre de 1993, varios meses antes de que Merry escribiera su informe, el presidente Boris Yeltsin había ordenado el envío de tanques y tropas para desmantelar el conflictivo parlamento y gobernaba esencialmente por decreto, con la aprobación de la administración Clinton.

Eran años en los que Rusia todavía estaba abierta a Occidente y los estadounidenses llegaban al país en masa como turistas, estudiantes, empresarios y todo tipo de consultores bien intencionados.

Vladimir Putin era un ex agente desconocido de la KGB que trabajaba para el alcalde de San Petersburgo, todavía muy lejos del poder.

Treinta años después, la relación de Estados Unidos con Rusia está en su peor momento desde la Guerra Fría.

¿Qué salió mal?

Putin es el principal culpable del regreso de Rusia al autoritarismo, la agresión y la hostilidad hacia Occidente.

Pero no se pueden ignorar la arrogancia y las presunciones estadounidenses.

Yo era el jefe de la oficina de The New York Times en Moscú durante aquellos tiempos turbulentos, y observaba el desfile de asesores privados y públicos que trataban con seriedad de injertar la democracia liberal occidental en el cadáver de la Unión Soviética.

Pocos tenían idea de la historia o la sociedad de Rusia.

Muchos hicieron fortunas rápidamente en el caos.

Recuerdo que uno de los funcionarios más serios del Fondo Monetario Internacional reflexionó que si se adoptara la receta del Fondo para liberar los precios de la energía, la mitad de la población moriría congelada.

El cable de Merry fue un grito de corazón contra este enfoque.

“Incluso los funcionarios rusos más progresistas y comprensivos han perdido la paciencia con la interminable procesión de lo que ellos llaman ‘turistas de asistencia’ que rara vez se molestan en pedir a sus anfitriones una evaluación de las necesidades rusas”, dijo.

Los esfuerzos estadounidenses, escribió, deberían centrarse en cambio en “una política exterior rusa no agresiva y en el desarrollo de instituciones democráticas viables”.

El cable concluía con una advertencia profética:

“Si Occidente, con Estados Unidos en primera fila, prefiere el papel de misionero económico al de verdadero socio, ayudaremos a los extremistas rusos a socavar la democracia naciente del país y alentaremos una renovación “de la postura adversaria de Rusia hacia el mundo exterior”.

¿La defensa por parte de Estados Unidos de la “terapia de choque” fue responsable del ascenso de los oligarcas y de Putin?

Resultado

Debatir sobre “quién perdió Rusia” es notoriamente inútil.

No sabemos, y nunca lo sabremos, qué otra dirección podría haber tomado la historia.

Había innumerables fuerzas en juego.

Se podría decir que la decisión de 1994 de ampliar la OTAN, que provocó disputas aún más acaloradas dentro del gobierno estadounidense, tuvo un papel más importante en poner a los rusos en contra de Occidente que un consejo equivocado.

En aquel momento, mi sensación era que el resentimiento de los rusos hacia Occidente y hacia la democracia liberal se debía en gran medida al deterioro de sus expectativas exageradas y de su imagen excesivamente romantizada de Estados Unidos.

Las primeras oleadas de reformadores y asesores llegaron a asociarse con la humillación y la pobreza que siguieron al colapso del imperio soviético.

Putin compartió este resentimiento y aprendió a explotarlo.

Pero también es cierto que los rusos escuchaban a los estadounidenses en la década de 1990.

De hecho, “éramos los únicos a quienes los rusos escuchaban”, dijo James F. Collins, quien se desempeñó como embajador interino y embajador en Moscú en esos años.

“No se puede minimizar el grado en que durante media docena de años Estados Unidos fue el lugar con las respuestas, aunque hay que reconocer que hubo cierto escepticismo”.

Una de las razones era que «el sistema educativo soviético no enseñaba nada sobre el funcionamiento de los mercados», recuerda Svetlana Savranskaya, que estudió en Rusia a finales de los ochenta y más tarde pasó años intentando arrancar el cable de Merry del Departamento de Estado como directora de los programas sobre Rusia del Archivo de Seguridad Nacional.

Así que los rusos se volvieron naturalmente hacia América, la Estrella del Norte capitalista, en busca de orientación, y muchos visitaron Estados Unidos y regresaron maravillados por los centros comerciales y la energía.

No tiene mucho sentido seguir echando culpas durante 30 años.

Pero la historia de los estadounidenses que alegremente difundieron consejos destructivos en tierras extranjeras, desde Vietnam hasta Irak y Afganistán, no se puede contar con demasiada frecuencia.

Esos debates distantes son un recordatorio de que los estadounidenses ejercen una enorme influencia.

Si ignoramos o desdeñamos las necesidades de otras personas, somos capaces de causarles un daño enorme, a ellas y a los intereses y la reputación de nuestro propio país.

c.2025 The New York Times Company

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